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Un molde irrepetible

El adagio popular de “con esa persona hicieron el molde y no lo volvieron a usar” cae perfecto en Álvaro H. Caicedo.

4 de septiembre de 2020 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

El adagio popular de “con esa persona hicieron el molde y no lo volvieron a usar” cae perfecto en Álvaro H. Caicedo. Se reunieron en él unas calidades que es inusual encontrarlas en un solo ser: caballero, empresario, socialmente sensible, generoso, políticamente involucrado, visionario y culto.

El primer contacto fue cuando adolescentes hacíamos política y nos sorprendía que en el periódico ‘Occidente’, su director, don Álvaro H. y columnistas como Silvio Cruz Campo abrían con amplitud tiempo y espacio para acoger nuestras iniciativas, giras y sueños de cambio. Solo con los años apreciamos la misión de don Álvaro H. de fortalecer las líneas juveniles del movimiento que seguía las ideas Álvaro Gómez. “Le debo mucho. Fue mi papá en política”, me dijo con infinita tristeza Carlos Holguín el miércoles ante la triste noticia del fallecimiento del doctor Caicedo.

Lo disfruté más de cerca por mi amistad con María Isabel, su hija, construida por el trabajo arduo que desarrollamos para restaurar el teatro Isaacs cuando fui secretario de Hacienda, en la administración Villegas, y ‘Micha’ la abnegada y exitosa directora de la Fundación.

Pero la etapa más grata de disfrutar su calidez e hidalguía fue la del Instituto Tobías Emanuel. Hilda Lourido su esposa, asumió la causa de hacer viable una entidad que apoyara los niños en situación de discapacidad, especialmente cognitiva, reto al que le trabajó desde sus entrañas. A la muerte de Hilda, y con la llegada de Leonor Salazar y posteriormente con el refuerzo de Stella Rubiano, don Álvaro H. se convirtió en el más generoso y ferviente aliado del Tobías. Lo entendimos desde la Junta como un acto de amor eterno: aquel que alimenta los sueños del ser amado ausente, dándole vida a sus propósitos por los cuales luchó. Dos de las casas vecinas que se adquirieron con sus aportes, llevan los nombres de dos de sus amores: Hilda Lourido de Caicedo y Álvaro Hernando Caicedo Lourido.

En la medida que lo escuchaba, me quedó el lamento de cómo nuestra sociedad no lo valoró suficientemente. Los empresarios lo veían como un político; los políticos como un patriarca azucarero; y así con ese distanciamiento desperdiciamos este hombre con connotaciones renacentistas que recogía en su ser la sabiduría, exquisito uso del idioma, calidez, preocupación por la región y por la suerte del país. ¡Nos quedó grande este molde! Dios lo reciba junto con sus seres amados.

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