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Sin besos ni abrazos

Las medidas preventivas sobre el coronavirus o Covid-19 son abundantes.Desde el uso de mascarillas ya escasas, geles para lavarse las manos, nuevas maneras de cubrirse el estornudo, hasta llegar a extremos impensables.

28 de febrero de 2020 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Las medidas preventivas sobre el coronavirus o Covid-19 son abundantes. Desde el uso de mascarillas ya escasas, geles para lavarse las manos, nuevas maneras de cubrirse el estornudo, hasta llegar a extremos impensables como recomendar que evitemos los abrazos y los besos.

Si estas muestras de afecto se clausuran, estaríamos frente a un replanteamiento cultural de fondo. ¿Cómo sería un mundo donde estas dos expresiones desaparecieran como lo están proponiendo Rusia, Singapur, India e Irán? Pensemos por ejemplo en los esquimales. Estos se saludan entre sí frotando sus narices. Es una derivación de un beso minusválido, pues estos en esa temperatura y por el hielo que reposa en sus labios, haría que la boca del otro se pegue y desprenderlos sería muy doloroso. Al final, lo que sugieren los expertos en coronavirus es que se debe guardar una distancia de dos metros, espacio en el que pueden estar las gotitas del famoso virus, una vez hayan sido despedidas por un estornudo u otro tipo de contacto.

No sería la primera vez que una medida similar se aplique. Enrique VI de Inglaterra, en el Siglo XV, prohibió los besos para evitar la propagación de la plaga. El monarca, recluido en la torre de Londres fue asesinado a sus 50 años, seguramente por un yorkista hambriento de caricias.

Con esta medida nos libraremos eso sí de los abrazos de los políticos en campaña; de los besos melosos de viejas jartas con las que nada que ver; de aquellas que no besan en los besos, es decir, que reciben el ósculo y ni estiran el pico. De todas maneras, extrañaremos mucho los besos.

No se cómo les explicaremos a las nuevas generaciones que hubo besos imposibles de olvidar, incluso en la vejez cuando lo hemos olvidado casi todo; que eran tan mundanos que tenían nacionalidad como el beso ruso y el francés. Que esas muestras de pasión fueron cromáticas y que iban desde un tierno beso rosa hasta colores tan serios como el negro. Que el acercamiento de los labios fue el termómetro de la intensidad de las relaciones: la distancia entre la mejilla y la comisura de los labios no eran centímetros, eran toneladas de ilusión cuando se recorría ese trecho. Que los cuerpos se hicieron para ser recorridos a besos al punto que no extrañaría que muchos de los que se resisten a dejar Wuhan, en China, lo hacen por no renunciar a un nuevo color de besos: el beso amarillo, un desafío amoroso oriental al desgraciado virus.

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