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Los noventa de Materón

Edgard Materón es uno de los personajes más especiales de la vallecaucanidad.

14 de julio de 2017 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Edgard Materón es uno de los personajes más especiales de la vallecaucanidad.

Fue el eterno vicepresidente del Banco de Bogotá para el occidente del país; secretario de Hacienda del Valle y de Cali; presidente de la Plaza de Toros S.A., diputado, concejal, entre muchas otras actividades en las cuales ha dejado la huella de su visión, rectitud y carácter, pero sobre todo de una calidad humana llena de humor y generosidad que le ha granjeado el reconocimiento de sus conciudadanos.

Me acostumbré desde mi niñez a verlo liderando cuanta causa cívica se emprendía en Buga. Cuando fui elegido el primer concejal de 18 años de Colombia, fuimos colegas, obviamente él un maestro y yo un aprendiz, y allí se inició una amistad inalterable que me ha permitido conocerlo en diferentes facetas de la vida: lo disfruté como jefe, pues me brindó en el banco mi primera oportunidad laboral; miembro de familia intachable; consejero como pocos, al punto que en su oficina no era sorpresa ver a Gustavo Balcázar, Marino Renjifo o Libardo Lozano, para citar sólo tres nombres, pidiendo su sabio parecer frente al momento político o administrativo; respetable banquero, con el mérito que su criterio no se formó en exquisitas aulas académicas sino en la universidad de la vida, permitiéndole ser un detallado analista de estados financieros, informado sobre cada sector económico y dateado de los pormenores éticos y habilidades gerenciales de los solicitantes de crédito desde Caldas hasta Nariño. Sus resultados hicieron que el presidente del Banco de Bogotá, Jorge Mejía Salazar, le ofreciera la gerencia regional, la cual Materón aceptó condicionado a que fuera desde Buga. Mejía Salazar lo acogió sorprendiendo a todos.

Culto, amante de la música, divertido, romántico. Con él aprendimos a hacer balance entre el trabajo arduo y el goce de la vida; a que ninguna hora es tardía ni ninguna carretera es peligrosa cuando al final está al abrazo de quien se ama. Que la vida está en el espíritu y no en la piel. Que el mundo de los afectos es el oxígeno que nos permite ser felices.
Deseo que noventa años sean pocos para seguir admirándolo y queriéndolo.

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