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La mujer y la yema

Por cambios en la seguridad en varios edificios he observado las dificultades de las personas mayores, pero especialmente las señoras para que su huella digital sea leída por los sistemas que permiten el acceso a los inmuebles.

20 de julio de 2018 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Por cambios en la seguridad en varios edificios he observado las dificultades de las personas mayores, pero especialmente las señoras para que su huella digital sea leída por los sistemas que permiten el acceso a los inmuebles. Averigüé y efectivamente a las mujeres se les borra la huella más rápido que a los hombres. Algunos dicen que es por el uso del maquillaje, otros que por los detergentes. Me queda la duda porque en mi casa la mejor huella la tiene Orfa, nuestra querida empleada, de la tierra de Yerry Mina.

Investigando, es evidente que ellas son más táctiles. Desde pequeñas interrogan mucho más: “¿Y esto qué es?”, dicen tocando el objeto con su dedito; “¿y esto para qué sirve?”, es la pregunta que las acompañará hasta la muerte, pues los maridos normalmente tenemos pocas respuestas.

Más adelante, cuando son madres, se queman diariamente el dedo tomando la temperatura de la leche en el biberón o del agua para bañar el niño. Con la señora del aseo raspan su dedo en mesas y nocheros para demostrar en su huella empolvada, la mala labor doméstica.

Hunden su dedo en la camisa del hijo adolescente, mientras le reclaman: “¿Y es que usted cree que se manda?”. El mismo dedo que gira poniendo las pomadas en su acné juvenil.

Con el marido es cuando la yema más se aplasta: “Yo si tengo buena memoria, ¿oyó?”, y la hermana de la clara se aplana en las sienes de la celosa. “Ya no soy la boba que conociste”, proclama mientras el dedo se revienta contra el pecho del cónyuge.

Las hemos visto hablando solas mientras clavan furiosas una y mil veces el índice en el celular: “Le he marcado 17 veces y este nada que contesta”. Es ese mismo dedo que minutos antes oprimían unos aguacates, con una sabiduría tal que la sensible huella sabe cuál está maduro y cual no.

Esa yema, que señala y bendice, incluso en la agonía de la madre, se borra por tanto trajín. No es debilidad, ni decadencia. Es la marca que señaló el camino; fue la punta de lanza con la cual la mujer dio a lo largo de su vida la batalla por los suyos, con afecto, trabajo y lucha. La huella física se pierde; ya no se necesita; la huella está en los seres que amó, en el camino recorrido, en los amores públicos y en los íntimos. Por eso cada huella es única.

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