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La babilla y sus mitos

Le oí a un historiador cartagenero su frustración porque cuando los cocheros pasaban con los turistas frente a la Plaza Fernández Madrid, jamás hacían alusión al prócer cartagenero.

10 de julio de 2020 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Le oí a un historiador cartagenero su frustración porque cuando los cocheros pasaban con los turistas frente a la Plaza Fernández Madrid, jamás hacían alusión al prócer cartagenero, uno de los más jóvenes presidentes de nuestra nación, sino a la vecina Iglesia, así “Eche, y al frente tenemos la iglesia de Santo Toribio, famosa porque aquí se casó el ‘Mico’ Durán, narco duro, con una reina de Colombia y ¡no joda! frente a tanto calor y tanta gente que venía, le hizo poner aire acondicionado a la Iglesia. ¡La plata jode, señor turista!”. Y de Fernández Madrid, nada se decía.

Parecido nos sucede con el Parque de la Babilla en Ciudad Jardín. Su mérito de ser un bello humedal artificial, escenario de conservación del patrimonio biótico de esa zona de la ciudad, se reemplazó por el mito urbano que cuenta que está poblado de babillas, llevadas allí por narcotraficantes vecinos, quienes temerosos de su seguridad, pusieron estos saurios en el agua, cual foso medieval, para que devoraran a cualquier Aquaman que enviaran sus enemigos del Cartel de Medellín. Así se construyen los mitos urbanos y alrededor de estos una saga de hechos imaginarios que sorprenden a locales y a turistas.

Para incrementar este mito, hace unos pocos meses se fue al lago un Audi, aparentemente de un médico quien regresaba agotado de atender pacientes en medio de la pandemia y se le atravesó un motociclista. Por esquivarlo, terminó dentro del humedal, lo cual no olvidarán ni las babillas. Esta semana, leí en una red de empresarios, que un amigo pedía consejos para comprar un celular pues un pato se le robó el suyo en el lago de la babilla y lo tiró al agua. Mi amigo, hombre trabajador, estaba haciendo un descanso en medio de la distribución de masa de pandebono y seguramente, cansado y bien acompañado, decidió un breve recreo, y en los espacios amorosos, lo segundo que se desordena es el celular, lo cual fue aprovechado por el entrometido palmípedo.

Ya veo a los guías turísticos caleños, comentando de las babillas protectoras, domadas por los narcos, pero que además allí se probó un carro anfibio para perseguir intrusos. Y que los amaestrados, además de los caimanes, son los patos que identifican equipos de comunicación y se los quitan a los espías. Eso tiene más atractivo que imaginar a mi amigo correr con los pantalones en la rodilla persiguiendo un pato que pensó que el celular era uno de sus deliciosos pandeyucas.

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