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De soledades y grandeza

Durante mucho tiempo anhelé para nuestra nación un Presidente que tuviera la decisión de iniciar el cambio en las costumbres del país político.

29 de noviembre de 2019 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Durante mucho tiempo anhelé para nuestra nación un Presidente que tuviera la decisión de iniciar el cambio en las costumbres del país político. Que no se dejara extorsionar frente a cada propósito noble que debiera llevar al Congreso. Para eso, debía ser descontaminado de ese ambiente fragoso, para lo cual se requeriría juventud, preparación, visión global, sensibilidad social y condiciones de estadista. Este ser tan extraño, para llegar a la presidencia, debería provenir de algún partido o de una alianza de movimientos. Solo con votos de opinión no llegaría. Para bien o para mal, en este caso, la llegada de Iván Duque tuvo como trampolín el Centro Democrático. En mi caso creí y voté por el joven y esperanzador candidato, no por su partido.

Los logros e indicadores de gestión han favorecido a Duque, incluso con ayudas no previstas como las utilidades del Banco de la República y las de Ecopetrol, pero ante todo, ha sido de resaltar la firmeza frente a sus convicciones como las relaciones con los parlamentarios, cordiales pero no abyectas a sus tradicionales pretensiones de chantajear al ejecutivo.

Como la ola de protestas recorre el mundo, Colombia no iba a ser la excepción. La colcha de inconformidades, relacionada con un mayor bienestar para la población, van dirigidas contra el Gobierno, así este lleve 15 meses, amerite reconocimiento y la economía vaya bien. No importa, es contra el Gobierno. Esa arremetida sin precedentes requería defensores fuertes de la institucionalidad, pero simultáneamente, con buena voluntad para escuchar las peticiones y capacidad de gestión para implementar soluciones.

Allí es donde el presidente Duque se ve solo. No lo acompañan los grandes caciques electorales porque su apetito es burocrático, económico, contractual. No lo acompaña su partido pues muchos de sus dirigentes no tienen la grandeza de pensar como país sino como fronda para ellos solos o añoran la represión y no el diálogo, desconociendo las maneras de pensar y de comunicarse de los miles de jóvenes marchantes. No lo acompaña la izquierda mezquina porque la desesperanza es su condición ideal para lograr el poder. Tampoco la juventud, ocupada en la marcha e incrédula frente a las posibilidades de cambio. Para bajar los odios y las expectativas individuales y pensar en el país que soñamos, están faltando dosis de grandeza, ocultas hoy en el alma de sus habitantes.

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