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Como tragedia griega

En menos de cincuenta días, la narrativa se transformó. Los bloqueos por doquier atemorizaron la región; las empresas comenzaron a colapsar porque ni los trabajadores ni las materias primas podían llegarles

11 de junio de 2021 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

En general gente buena que vivía en tierra sana. Se hizo empresa y con esta se desarrollaron ciudades, corregimientos, calidad de vida y nos sentíamos orgullosos de tener el mejor sistema vial del país. Teníamos el primer puerto sobre el Pacífico y Cali era la sucursal del cielo, la del Petronio, la de las universidades, la de las fundaciones. ¿Que si teníamos errores? Sin duda que los teníamos. Nos faltaba ser más eficientes en lograr ejercicios de liderazgo nacional; dejamos la política en manos equivocadas; nos preocupamos por preparar excelentes gerentes pero esa dejadez hacia lo público hizo que desdeñáramos la formación de verdaderos líderes. Sin embargo, el futuro de la región, con vocación hacia los servicios, el comercio exterior y la diversidad etnocultural, nos ofrecía un buen panorama.

En menos de cincuenta días, la narrativa se transformó. Los bloqueos por doquier atemorizaron la región; las empresas comenzaron a colapsar porque ni los trabajadores ni las materias primas podían llegarles; los campesinos no podían vender sus cosechas; las ambulancias dejaron de tener prelación; el resentimiento fue invadiendo la atmósfera y el aislamiento forzado comenzó a hacer mella en el sentimiento colectivo.
Fue así como quien se atrevía a desafiar a los bloqueadores lo convirtieron en paramilitar; quien hacia un tiro al aire para hacer respetar su condominio con posibilidades de ser vandalizado, era señalado y enjuiciado como potencial homicida. Acudir a las autoridades se volvió un caos pues todo estaba montado para filmar y señalarlas como abuso de fuerza policial.

El Alcalde, el de todos, no condenaba ninguno de estos actos y actuaba en favor de unos y no de todos. La esperanza era nuestra iglesia, integrada por excelentes sacerdotes que promovían el banco de alimentos, las ollas comunitarias. Pero fueron superados por el poder de su superior quien tampoco pensaba en toda su ley, sino en las conveniencias ideológicas y dejó de ser el pastor necesitado, para ser un puente entre los violentos.

Se pidió la participación de la corte de derechos humanos, con la ilusión que si las agresiones no eran escuchadas por los líderes de la ciudad, un ente internacional pudiera atender el clamor colectivo. No para volver a la sociedad pre-covid sino para construir una nueva sociedad donde pudiéramos todos, vivir y avanzar juntos a la reconquista de ese Valle de las oportunidades. El público que mira desde las bancas esta tragedia griega solo anhela que se diga la verdad.

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