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No está tan despalomada

Por muy descabellada que haya sido, la propuesta de Paloma Valencia de...

20 de marzo de 2015 Por: Diego Martínez Lloreda

Por muy descabellada que haya sido, la propuesta de Paloma Valencia de dividir al Cauca en dos departamentos, uno para los indígenas y otro para los mestizos, generó un efecto positivo: darle una dimensión nacional al conflicto de tierras que vive ese departamento.Gracias al trino de Paloma, muchos en la lejana capital se enteraron, o se acordaron, de lo que ocurre en esa región. Guardando las proporciones, el problema de la tierra en el Cauca se asemeja a la disputa ancestral que tienen por un mismo territorio los pueblos de Israel y Palestina. Es decir, tanto indígenas como mestizos consideran tener derechos sobre las tierras en conflicto. La diferencia es que mientras los títulos que tienen los indígenas son morales e históricos, los de los mestizos son legales.Cuando un grupo de indígenas invade un predio particular siempre se refiere a ese hecho como una ‘recuperación’, pues considera que esas tierras se las usurparon a sus antepasados hace 200 o 300 años y que por lo tanto están en su derecho de hacerse a ellas. Ese argumento tiene mucho eco en las élites bogotanas, siempre y cuando las tierras a recuperar sean en Caloto, Totoró y Toribío, municipios exóticos que no tienen idea dónde quedan. Lo que me pregunto es si esa simpatía con la causa indígena se mantendría si los invasores fueran descendientes de los muiscas que poblaron la sabana de Bogotá y si los predios invadidos estuvieran ubicados en Subachoque o Chía y pertenecieran a alguna aristocrática familia capitalina.En Bogotá hay total solidaridad con esos seres que les parecen tan folclóricos y tan ‘chirriados’ con sus anacos y sus bastones de mando y que en su imaginario han sido arrinconados años por los prepotentes blancos. Lo que ignora la mayoría de esos defensores entusiastas de la causa indígena es que los grandes terratenientes del Cauca no son los descendientes del general Mosquera ni del poeta Valencia sino los mismísimos indígenas, que siendo el 20% del total de la población tienen el 33% de las tierras productivas del departamento.Y subrayo productivas porque los bogotanos que se sienten mejor informados creen que los ‘indios’ tienen muchas tierras pero boscosas e incultivables. Pues no, tienen mucha tierra y buena. Pero sienten que tener 3 de cada 10 hectáreas productivas del Cauca es poco. Y quieren más. Lo cual es respetable. Lo que no lo es en definitiva, es que quieran hacerse a esos predios a la brava, desconociendo los derechos que tienen sobre ellos sus legítimos propietarios.El gran incentivador de esas invasiones ha sido el propio Estado, que cada vez que bloquean una carretera adquiere toda clase de compromisos, con tal de que los ‘buenos indios’ hagan el favor de permitir que el tráfico vuelva a fluir.Al Estado le corresponde actuar como si las tierras invadidas estuvieran en Anapoima, sitio preferido por las élites bogotanas para veranear: desalojando de inmediato a los invasores. Una vez se les reintegren esos territorios a sus propietarios y con el compromiso serio de los indígenas de que no volverán a actuar por las vías de hecho, ambas partes se pueden sentar a discutir la delimitación definitiva de los territorios indígenas. Si los indígenas demuestran que están muy estrechos en las 721.763 hectáreas que hoy poseen, que les adquieran más tierra. Como Dios Manda. Pero tolerar que cualquier grupo étnico corra la cerca a la brava es casi tan absurdo como la propuesta de la senadora Valencia.

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