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Marcha el vandalismo

Mejor dicho, esta no fue una protesta pacífica que degeneró en despelote. Este fue un despelote planeado desde el principio, muy bien articulado y concebido para causar el caos en Cali

29 de abril de 2021 Por: Diego Martínez Lloreda

Lo que ocurrió en Cali el miércoles es diferente a situaciones similares que se han presentado en el pasado.

En ocasiones anteriores, un grupo de vándalos se infiltraba en una protesta o en una marcha y cuando esta finalizaba, aprovechando las sombras de la noche, armaba el despelote.

Pero anteayer no hubo infiltrados. Lo que hubo fue un plan cuidadosamente diseñado para armar el caos en Cali, desde las primeras horas de la mañana. Desde el comienzo.

Recorrí la ciudad de sur a norte y en las vías principales y en las no tan principales había bloqueos, quema de llantas, y toda clase de desmanes.
La mayoría de los protagonistas de estos desórdenes eran muchachos muy jóvenes, uniformados con la camiseta de la Selección Colombia. No era gente de sectores populares, eran más bien jóvenes de clases medias, bien vestidos los que bloqueaban las calles.

No parecían en principio peligrosos, pero ay de que usted tratara de burlar los bloqueos que habían hecho. Como yo me movilizo en motocicleta pude atravesar sin mayor problema la mayoría de barricadas. Pero en la Autopista Suroriental, a la altura del sector de La Luna, unos muchachos intentaron impedirme el paso y como yo insistí y logré surcar la barrera, la emprendieron a física piedra contra mí.

Mejor dicho, esta no fue una protesta pacífica que degeneró en despelote. Este fue un despelote planeado desde el principio, muy bien articulado y concebido para causar el caos en Cali. Y lo peor fue que lo lograron. A ello contribuyó un Alcalde confundido y sin liderazgo, dando declaraciones contradictorias y una autoridad ausente y amedrentada.

Y cuando el caos surge, todos pescan en río revuelto. Es el caso de muchos venezolanos, que si bien no armaron las protestas, sí sacaron provecho de ellas. Me tocó ver a varios de ellos circular por las calles de Cali empujando carritos de mercado llenos de todo tipo de víveres, extraídos de almacenes que acababan de saquear.

Ojo, muchos de los comercios asaltados eran tiendas de barrio, cuyos propietarios vieron perder el esfuerzo de años en unos pocos minutos, por cuenta del vandalismo.

El derribamiento de la estatua de Belalcázar fue otro episodio atroz. Unos indígenas foráneos optaron por tirar al piso uno de los monumentos más emblemáticos de Cali. Para justificar su acto vandálico usaron unos argumentos seudohistóricos inaceptables y una violencia que no corresponde con el tonito que usan al hablar ni con la cara de yo no fui que asumen cuando marchan.

No voy a entrar en esas discusiones presuntamente históricas ni en si Belalcázar merece un monumento o no. Simplemente rechazo las vías de hecho y la agresividad que usaron para tumbar un símbolo de nuestra ciudad.

Si quieren bajar a Belalcázar de su pedestal, para simbolizar el fin de la supremacía del hombre blanco, convenzan a las autoridades y a la ciudadanía caleñas de ello y que en su lugar pongan a Feliciano Valencia.
Pero no pueden venir a la brava a derribar nuestros símbolos a los coñazos.

En fin, lo que ha ocurrido en Cali se asemeja al parto doloroso de una nueva ciudad en la que unos pocos quieren someter a la mayoría por la fuerza, en la que no hay respeto por la autoridad y ni siquiera temor por la peor pandemia que el mundo ha vivido en cien años.

El parto de una ciudad que será inviable si los caleños lo permitimos.
Sigue en Twitter @dimartillo

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