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¿Es mejor ser pobre?

Han cambiado tanto las cosas en Colombia que la máxima de Pambelé...

22 de marzo de 2013 Por: Diego Martínez Lloreda

Han cambiado tanto las cosas en Colombia que la máxima de Pambelé de que “ser rico es mejor que ser pobre”, está tambaleando. Gracias a las políticas asistencialistas que los últimos gobiernos han desplegado, en este país se está volviendo mejor ser pobre que ser rico. Aquí un trabajador de clase media, un empleado normal, tiene que romperse el lomo durante 15 años para pagar su casita propia. Pero además tiene que ingeniárselas para que el magro salario le alcance para pagar la educación de su hijo en un colegio privado, la medicina prepagada de la familia, unos servicios públicos costosos, el predial, la valorización, etc.En cambio al pobre, el gobierno le regala la casa, le suministra el servicio de salud gratis a través del sisbén, le envía un chequecito mensual de Familias en acción, le subsidia los servicios, le educa los hijos ‘al gratín’ en un colegio oficial, en el que además, incluso, le regalan el desayuno.Mejor dicho, ser pobre en Colombia se está volviendo rentable y como la gente no es tonta se está dando cuenta de ello. Lo que resulta muy bueno para ellos pero tremendamente nocivo para la sociedad.Lo que está causando ese asistencialismo galopante es que los pobres en lugar de salir de esa condición, quieran enfatizarla, para recibir más beneficios. Y los que no lo son quieran empobrecerse, para recibir la mano generosa del Estado.Eso es muy grave. Desde el punto de vista económico, porque llegará un momento que la masa de pobres que atender superará la capacidad del Estado. Y lo que es peor, genera un pernicioso parasitismo social.En un país serio, el Estado, en vez de regalarle cosas a los pobres para que puedan sobrellevar su pobreza, procura generar los mecanismos para que la gente salga de esa situación. Y eso no se logra sino a través de la educación y de fomentar la generación de empleo. Mejor dicho, como dice la Biblia, a la gente no hay que darle pescado sino enseñarle a pescar, porque con lo primero soluciona el hambre de hoy, pero con lo segundo, soluciona el hambre para siempre.Obviamente, la política de enseñar a pescar es menos ‘resultadista’, pues sus frutos se ven a mediano plazo. Para hacerse elegir, o reelegir, es más efectivo regalar casas y repartir sisbenes. Entonces, cuando se hace la encuesta sobre la evolución de la pobreza en el país, el Gobierno saca pecho porque se bajó un par de puntos en ese índice. Lo cual a la larga resulta un espejismo. Una persona no deja de ser pobre porque tenga casa, salud y el cheque de Familias en acción, sino porque dispone de los mecanismos para salir de esa condición definitivamente, es decir, porque sabe ejercer bien un oficio y tiene dónde desempeñarlo. La otra disminución de la pobreza es un sofisma creado por los subsidios estatales.Pero los menos interesados en acabar la pobreza son los políticos. Porque las inmensas necesidades que tiene esa población son el mejor filón para conseguir votos. El problema es que ese asistencialismo a corto plazo genera alegrías y satisfacciones, pero a la larga crea una pobreza mucho peor y mucho más difícil de solucionar: la pobreza espiritual.

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