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El correazo a la prensa

Los latinoamericanos vamos a terminar añorando a Juan Vicente Gómez, a...

24 de febrero de 2012 Por: Diego Martínez Lloreda

Los latinoamericanos vamos a terminar añorando a Juan Vicente Gómez, a Anastasio Somoza, a Rafael Leonidas Trujillo y a los demás sátrapas de viejo cuño que gobernaron tantos países de la región en el pasado.Esos patriarcas eran despóticos, absolutistas, crueles, megalómanos, se creían dueños de sus países, pero en medio de todos sus defectos, actuaban de frente. No ocultaban su talante dictatorial y uno sabía a qué atenerse.Porque los dictadores del Siglo XXI, cuyo tridente más representativo está integrado por Hugo Chávez, Rafael Correa y Daniel Ortega, comparten todos los defectos de sus predecesores, pero son mucho más peligrosos, porque todos sus abusos los cubren con un manto de falsa legitimidad. Son lobos con piel de oveja.Si las armas de los viejos dictadores eran los tanques, los fusiles y las charreteras, los de hoy cuentan con un arsenal de leyes y de leguleyadas para perpetuarse en el poder, para adueñarse del Estado y para liquidar cualquier forma de oposición.El prototipo de esta nueva estirpe de tirano fue Hugo Chávez, quien fracasó en su intento de hacerse al poder por las armas y luego descubrió que era mucho más eficaz para sus intenciones absolutistas darle apariencia de legalidad a sus atropellos. Rafael Correa ha resultado el más aventajado alumno de Chávez. Copiando la receta chavista, Correa ha intentado mantener el semblante democrático de su régimen y en Ecuador en apariencia hay división de poderes, existe libertad de prensa y el presidente se elige democráticamente. Pero esa fachada democrática oculta un régimen monolítico, despótico e intolerante en el que no se mueve una hoja sin que Correa lo ordene.Ese régimen totalitario ha quedado en pelota con la absurda sentencia proferida en contra del periodista Emilio Palacio y los directivos del periódico en el que trabaja. A todos ellos los condenaron a pagar tres años de cárcel y la ‘bicoca’ de US$40 millones, por haber cometido el ‘crimen’ de escribir y publicar una columna de opinión, en la que se tildaba a Correa de Dictador. En el escrito, se cuestionaba la forma de actuar de Correa en el despelote que él mismo armó, con su proceder impulsivo, y que lo llevó a convertir una protesta salarial de unos policías, en una asonada que el gobierno, para excusar la imprudencia del Presidente, disfrazó de golpe de Estado.Pero nada sirve más para pintar el carácter del gobierno ecuatoriano que la carta que el embajador de ese país les envío a los periódicos colombianos que, en solidaridad con sus colegas del vecino país, decidieron publicar la columna que originó la drástica sanción.En un tono pendenciero, este presunto diplomático, pide rectificación anticipada, les imparte cátedra de periodismo a unos medios de un país ajeno y pretende darles línea sobre cómo cumplir su labor informativa. Lo que uno se pregunta tras leer ese intento de intimidar a una prensa ajena es de qué no será capaz el régimen que representa ese embajador para acallar las voces que le incomodan.La respuesta está a la vista de todos: cualquier opinión discordante en el Ecuador está condenada a quedar sepultada bajo el bombardeo del arsenal jurídico que, como diría Emilio Palacio, Correa maneja a discreción.

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