El pais
SUSCRÍBETE

El Código MFT

Muy pocos colombianos tratan a esos uniformados con el respeto y la consideración que merecen, habida cuenta el difícil papel que cumplen.

21 de febrero de 2019 Por: Diego Martínez Lloreda

Por desgracia, nuestros policías generan desconfianza entre unos, miedo entre otros y animadversión entre muchos. Muy pocos colombianos tratan a esos uniformados con el respeto y la consideración que merecen, habida cuenta el difícil papel que cumplen.

Las imágenes que circularon en días pasados en las redes sociales, en las que se ven unos agentes multando a un señor por comprar una empanada en la calle y decomisándole el comestible al vendedor, no hacen sino acrecentar el repudio hacia la Fuerza Pública.

Lamentable, porque uno de los mayores síntomas de la descomposición social que padece Colombia es el poco o nulo respeto que la gente le tiene a la autoridad. Y me parece que el Código de Policía no hará sino aumentar el irrespeto hacia los policías.

Porque ese Código pone a los patrulleros a sancionar a gente que se orina en la vía pública, que vende empanadas en una esquina, a la que se le queda la cédula en la casa y que le da por mamar gallo en las líneas de emergencia, entre otras conductas.

Comportamientos reprochables pero que están lejos de constituir delito. Y la función de la Policía es combatir el crimen y no poner penitencias a los que se portan mal.

Recuerdo que cuando se expidió el famoso Código, varios funcionarios del gobierno Santos salieron muy orondos a decir que esa era una norma para el posconflicto. Y que como este país iba a ser un remanso de paz, la Policía podía dedicarse a educar a la gente.

Vaya estupidez. Este país está lejos de vivir en paz, el asesinato de cuatro policías esta semana es prueba clara de ello. Y, con los niveles de inseguridad que padecemos, la Policía no está para ponerse a aconductar a nadie.

Es un estropicio colgarle funciones de educación a una institución que tiene que combatir a los atracadores, a malandros de todo tipo: fleteros, sicarios, extorsionadores, narcotraficantes y apartamenteros. Además, para evitar que la gente se mee en la calle, arroje basura en la vía pública y recoja los excrementos de su mascota, hay que educarla desde chiquita. Eso no se logra a punta de multas.

Entre otras cosas, porque muy pocos las pagan. Por ejemplo, la mayoría de quienes hacen pipí en la vía pública son indigentes que ni cédula tienen ni mucho menos disponen de ninguna suma para cancelar multa alguna.

Entonces, el Código de Policía es un compendio de buenas intenciones imposibles de cumplir y que distrae a la Policía de su misión esencial: combatir el crimen. Mejor dicho, el Código está MFT, Meando Fuera del Tiesto

Con un agravante: como no hay quien haga cumplir las normas que incorpora el Código, termina siendo un canto a la bandera y atentando contra la credibilidad de la Policía.

Como la prohibición del parrillero hombre en las motos, que fue decretada por la Alcaldía pero se parece a las sanciones que contempla el código en que nadie la acata. (De hecho, los atentados contra el Director del HUV y contra el Juez 22 fueron perpetrados por parrilleros hombres). Eso mina la credibilidad de la Policía que es la institución a la que encargaron hacerla cumplir. Otro gallo que le colgaron.

Ante este panorama, lo sensato es revisar a fondo ese Código para que solo se incluyan en él las conductas que generen problemas de convivencia y que puedan desencadenar hechos de violencia. Y, por encima de todo, para que la Fuerza Pública no se distraiga de la misión para la que se creó.

Sigue en Twitter @dimartillo

AHORA EN Diego Martinez Lloreda