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Dos ciudades, un solo caos

Aunque por razones muy diferentes, los últimos días han sido caóticos para...

21 de marzo de 2014 Por: Diego Martínez Lloreda

Aunque por razones muy diferentes, los últimos días han sido caóticos para Cali y Bogotá. La capital vivió el último capítulo del enervante caso del alcalde Gustavo Petro. Al que le puso punto final el presidente Juan Manuel Santos, quien en esta ocasión actuó de una forma firme y oportuna. No solo por la celeridad con que resolvió el entuerto causado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Cdih, al pedir que se suspendiera una sanción ordenada por la Procuraduría y avalada por la Justicia nacional, sino por los sólidos argumentos que expuso para no acoger esa insólita recomendación.A Santos le asiste toda la razón cuando afirma que en el caso de Petro “la Justicia colombiana actuó de manera transparente, eficaz y oportuna”. El Consejo Superior de la Judicatura y el Consejo de Estado abordaron el tema y coincidieron en que el Procurador sí está facultado para sancionar a funcionarios elegidos por voto popular. En el caso de Petro y en el de los otros mil gobernantes sancionados en los últimos 20 años.El ladino Petro, por supuesto, quedó furioso, pero no porque la Justicia no hubiera actuado, sino porque no le dio la razón. Y como la Justicia sí operó, no cabía ningún pronunciamiento de la Cdih que, como lo advirtió el Presidente, es una instancia subsidaria, que solo debe intervenir cuando el aparato jurisdiccional de un país no funciona. Lo cierto es que por el bien de Bogotá y, de todo el país, el episodio Petro llegó a su fin. Y así él y sus seguidores crean que el ahora exalcalde salió muy fortalecido, su futuro político está mas enredado que nunca. No solo por la inhabilidad que le aplicó la Procuraduría, sino porque tras la lora que dio para atornillarse al poder, en él solo cree la liliputiense izquierda extrema del país. Los pertenecientes a los demás matices políticos que alguna vez votaron por él, quedaron espantados con las muestras de radicalismo, desprecio por la institucionalidad y arrogancia que dio en los últimos meses.Pasando al caos que padeció Cali, hay que decir que si bien fue motivado por los dueños de los buses tradicionales, que se niegan a dejar su lucrativo negocio, es claro que el problema se agravó por la insatisfacción de los usuarios, que no movieron un dedo para defender de los vándalos un sistema que no aprecian, porque no les presta un buen servicio. Es claro que cinco años después de haber entrado en operación, el MÍO aún no cumple la promesa con que nació de ser un sistema cómodo, eficiente y moderno. Dos cosas en particular lo hacen antipático: la congestión que se presenta en buses y estaciones y que aún a muchos sectores de la ciudad no llega de la forma que debería. Claro que la insatisfacción también obedece a la indisciplina de algunos usuarios que, por ejemplo, estaban acostumbrados a que el bus los dejara al frente de la casa y ahora deben caminar hasta las estaciones. Pero la transformación del transporte colectivo en Cali no tiene reversa. Es un proceso por el cual la ciudad apostó y que está en su última fase, pues de los cinco mil buses tradicionales que existían hace diez años, hoy sólo quedan 1300. El gran desafío del MÍO no son esos energúmenos transportadores, que terminarán yéndose con sus buses para otra parte, sino demostrarle a los caleños que está en capacidad de ofrecer un mejor servicio que el que existía antes. Cuando lo consiga, los satisfechos pasajeros se constituirán en sus mejores guardianes.

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