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“Déjenlo trabajar”

“Se introdujeron términos como ‘cultivos de uso ilícito’ en lugar de ‘cultivos ilícitos’: algunas comunidades interpretaron esto como una ‘autorización’ para sembrar coca, dado que lo ilegal era el uso y no el cultivo”.

26 de octubre de 2017 Por: Diego Martínez Lloreda

“Se introdujeron términos como ‘cultivos de uso ilícito’ en lugar de ‘cultivos ilícitos’: algunas comunidades interpretaron esto como una ‘autorización’ para sembrar coca, dado que lo ilegal era el uso y no el cultivo”.

Esta es una de las explicaciones que da la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito, Undoc, para el crecimiento exponencial de los cultivos ilícitos en el país.

Lo que se lee entrelíneas en esa afirmación es una clara advertencia: no se puede relativizar el crimen, lo que es delito es delito. Y los que violan la ley son delincuentes, cualquiera que sea la motivación que tengan para hacerlo.

Esa advertencia sirve no solo para el tema de los cultivos ilícitos. Cae como anillo al dedo para una profunda distorsión que ha hecho carrera en Cali.

Comencemos por las invasiones de tierras. Ese es un delito que aquí se ha visto con enorme benevolencia. Las invasiones se han reproducido como cáncer ante los ojos pasivos de las autoridades. “Pobrecitos, son desplazados, démosles una tierrita”.

Consecuencia: media ciudad está invadida, con los costos enormes que ello implica. Porque a esos ‘pobrecitos’ hay que ponerles agua y luz, que, por supuesto, nunca pagan.

Muchos de esos invasores llegaron del Pacífico. Aquí al que pone cuatro paredes de madera le legalizan el predio, le ponen servicios y le pasan una calle al frente. Y el rumor ha llegado hasta los confines del litoral. Y por eso la avalancha de desplazados que hemos padecido. Como dijo algún alcalde, de los que no hizo nada para frenar ese caos, Cali no crece, se hincha.

Otro buen ejemplo de la relativización del crimen es la piratería del transporte y los motorratones. Muchos creen que esos son males menores que “por lo menos” le generan a la gente una actividad de la cual sobrevivir.

Resultado: nos llenamos de piratas y de motorratones. Estos últimos son de los mayores causantes del caos vial que padece la ciudad. Les importa un pito que aquí el parrillero esté prohibido. ellos transportan a todos los clientes que les llegan, sin reparar en su sexo.

Y, para colmos, los motorratones ya ni casco usan. Y los clientes menos. ¿Y la seguridad qué? Eso es lo de menos. Si la moto se destutana y el cliente se descalabra, culpa de él. Para que se subió. Pobrecitos, déjenlos trabajar.

La distorsión ha llegado a un punto que hace poco los mototaxistas organizaron una marcha que culminó frente a la Plazoleta de San Francisco, en protesta porque a algunos guardas les dio por aplicar la ley y sancionarlos.

Si los atracadores no han protestado es porque actúan con total impunidad. No hay autoridad que los frene. Y si un policía captura a uno en flagrancia, a las pocas horas el juez de garantías lo suelta. Pobrecito, tiene familia.

Grave, muy grave cuando una sociedad comienza a relativizar el cumplimiento de la ley. El mensaje que mandan las autoridades que actúan de esa forma es funesto: Los delincuentes no son victimarios, sino víctimas.

Ese es el mejor estímulo para actuar por fuera de la ley. El que trabaja media vida para tener un techo y ve que al lado un invasor levanta su rancho gratis, termina vendiendo su casa e invade en otra parte. Y el taxista que paga todos los impuestos mientras el vecino piratea impunemente, opta por vender su pichirilo y se compra un trasto que le sirva para piratear.

Y así sucesivamente. No aplicar la ley simplemente criminaliza una sociedad. Para allá vamos.

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