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Coronell salió general

La guerra que se ha desatado en las redes sociales a raíz de la última columna de Daniel Coronell en la revista Semana y la posterior decisión de la publicación de cancelarle el espacio que le otorgó hace 14 años...

30 de mayo de 2019 Por: Diego Martínez Lloreda

La guerra que se ha desatado en las redes sociales a raíz de la última columna de Daniel Coronell en la revista Semana y la posterior decisión de la publicación de cancelarle el espacio que le otorgó hace 14 años, tiene un origen netamente político y cero periodístico.

Por la sencilla razón de que Coronell se convirtió en el principal contradictor del expresidente Álvaro Uribe. Con lo cual, los antiuribistas se alinderaron en torno al columnista y los uribistas se alinearon con la revista.

Yo voy a intentar trascender esa polarización y hacer una lectura periodística de este espinoso asunto.

En cuanto a la columna, me parece válido que Coronell plantee su inquietud acerca de por qué Semana no publicó las denuncias que luego sí divulgó el New York Times. Sin embargo, considero que le faltó el rigor que le reclama a Semana. El columnista, que tiene acceso directo al Director y al propietario de Semana, debió haberles planteado a ambos sus inquietudes, no a la carrera ni por teléfono, sino de una forma minuciosa.

También debió haber dialogado con Ricardo Calderón, jefe de investigaciones de Semana, y quien a pesar de su bajo perfil es uno de los periodistas más respetados en el gremio. Extraño que no lo haya hecho porque Calderón fue el que recibió las denuncias sobre la presunta instrucción de los comandantes de las FF.MM. a las diferentes guarniciones para que mejoraran su operatividad.

Si a uno un medio de comunicación le da tan generoso espacio durante tanto tiempo, lo mínimo que tiene que hacer, por simple lealtad, es buscar exhaustivamente al interior de la empresa las razones que la llevaron a no publicar las denuncias referidas.

Pero por encima de todo, Coronell no fue coherente. Uno no puede acusar a un medio de engavetar una investigación para favorecer a un gobierno y quedarse tan tranquilo. Si se tiene la más mínima noción de ética está en la obligación de denunciar al medio y acto seguido renunciar. Un periodista que se precia de su ética no puede escribir en un medio que procede de esa manera.

Siendo un poco maquiavélico, Coronell sabía que al publicar esa columna metía en un lío a Semana, pero él no tenía pierde. Si no le publicaban la columna, él de seguro la ponía en las redes sociales, la denuncia se conocía y la revista quedaba como censuradora. Si se la publicaban y no pasaba nada, él quedaba como el adalid de la libertad de prensa a quien no le importa tirarse el medio para el que escribe con tal de cumplir con su deber.

Y si se la publicaban y, como ocurrió, le cancelaban el espacio en la revista, él quedaba como un mártir de la libertad de prensa y a la revista le llovían rayos y centellas.

Lo que sí es incuestionable es que en este episodio, así muchos presuntos defensores de la libertad de expresión se estén ‘rascando’ las vestiduras, esa libertad fundamental no resultó afectada en lo más mínimo.

Coronell tuvo la posibilidad de publicar su columna, de la misma manera que las directivas de Semana tienen toda la libertad para decidir quién quiere que escriba en sus páginas y quién no. Y procedieron en consecuencia.

Sin duda, todo este episodio da para hacer un debate sobre la libertad de expresión. Ojalá ese debate se haga con argumentos periodísticos y no a punta de insultos y descalificaciones como los que están pululando en las redes sociales.

Sigue en Twitter @dimartillo

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