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Cali, ¿Qué nos pasa?

La actual campaña política ha sacado a flote una serie de prejuicios y de dogmas que persisten en el subconsciente de los caleños y que son una talanquera para que podamos construir una sociedad incluyente y próspera.

19 de septiembre de 2019 Por: Diego Martínez Lloreda

La actual campaña política ha sacado a flote una serie de prejuicios y de dogmas que persisten en el subconsciente de los caleños y que son una talanquera para que podamos construir una sociedad incluyente y próspera.

Para comenzar, en cualquier parte del mundo ser de extracción popular y, a punta de esfuerzo y de trabajo superar la pobreza y construir un patrimonio, es digno de la mayor admiración. En Cali, en cambio, eso parece ser un handicap.

En la actual campaña para la Alcaldía de Cali hemos visto muestras constantes de esa distorsión que padecen algunos de los caleños más pudientes. Que los lleva a tachar de “primario” al candidato a la Alcaldía Roberto Ortiz y a burlarse de su dicción y de su forma de hablar.

“Qué oso tener un alcalde que hable así”, he escuchado decir a encopetadas señoras de la alta sociedad.

Ese prejuicio contra Ortiz les impide entender que lo que ellos consideran una debilidad del candidato, en realidad es una de sus mayores fortalezas. Porque ‘el chontico’ habla como el pueblo caleño, que es la inmensa mayoría de la ciudad. Y por eso puede conectar más fácilmente con esos sectores populares.

Además, su origen popular y haber tenido una niñez llena de privaciones le permiten a este candidato entender la difícil situación que padecen miles de caleños que carecen de todo y se acuestan con hambre. Esa sensibilidad social, que solo se desarrolla cuando se crece en medio de privaciones, ha conducido al ‘chontico’ a darle la mano a mucha gente pobre.

Y lo motivó a crear la fundación de las ‘Chonticas’ que les da empleo y les ayuda a conseguir un techo a centenares de madres cabeza de familia.

Pero, una vez más, la urticaria que produce en ciertos sectores de la ciudad todo lo que sabe a popular, impide reconocer ese aporte. Como también les ha impedido a muchos ponerse a la tarea de escuchar las propuestas de Ortiz, tan sencillas como sensatas.

En particular, su insistencia en la necesidad de recuperar el sentido de autoridad en la ciudad. Que para mi es el punto de donde debe arrancar la transformación que Cali requiere.

Pero los prejuicios y dogmas que esta campaña ha destapado no solo tienen que ver con Roberto Ortiz.

Observo con gran preocupación que en Cali se ha impuesto el absurdo dogma de que un gobernante es aceptable “si roba pero hace obras”.

Peligrosísimo principio con el cual pretenden convencernos de que no importa que alguien saquee las arcas de la ciudad si construye dos puentes.

Pues no señores. Como dice Antanas Mockus, el fundador del Partido Verde, (vaya paradoja) los dineros públicos son sagrados. Y ningún gobernante puede quedarse con un solo peso de los recursos públicos, ni mucho menos poner a sus hermanos a que hagan de recaudadores de los contratos corruptos que suscriben en la penumbra de sus despachos.

La corrupción es el mayor flagelo de este país. Peor aún que la violencia y el narcotráfico y todos los cánceres que padece nuestra sociedad. La corrupción, de hecho, es el punto de partida de todos los demás males. Por eso hay que arrancarla de raíz.

Y por eso Cali no puede premiar con un nuevo mandato a quien en el pasado ya demostró su afición a utilizar los recursos del Municipio como caja menor de sus negocios personales y de sus aspiraciones futuras.

Sigue en Twitter @dimartillo

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