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Jorge Restrepo Potes

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Derecho de asilo

Lo que hizo Noboa viola todos los principios que informan el derecho internacional. La Convención de Viena de 1954 establece reglas precisas sobre la inviolabilidad de las sedes diplomáticas, que se consideran extensión territorial del país que representan.

25 de abril de 2024 Por: Jorge Restrepo Potes

Desde que surgió en mí la afición por la política, me sedujo la figura cimera de Víctor Raúl Haya de la Torre, el líder peruano cuya ideología encontraba próxima a la que en Colombia enarbolaba el Partido Liberal.

Haya nació en Trujillo, Perú, el 1895 y falleció en Lima el 2 de agosto de 1979. Abogado de la Universidad de San Marcos, con doctorado en Oxford.

Al cumplirse el centenario de su nacimiento, dirigentes del Apra, partido fundado por Haya, a mi inolvidable amigo Otto Morales Benítez y a mí nos invitaron como conferencistas. Dediqué muchas horas al estudio de la biografía del dirigente, y cuando teníamos las valijas listas para viajar a Lima, nos informaron de que el régimen de Fujimori prohibía ese homenaje. Otto soltó su estruendosa carcajada y yo quedé con el discurso ‘enmochilado’.

Pero ese fracaso oratorio me sirvió para conocer el difícil periplo político de Haya en un país como el suyo, que salía de una dictadura para entrar en otra, y todas veían en él a su principal adversario.

Alianza Popular Revolucionaria Americana –Apra- fue el partido fundado por Haya, que con él de candidato triunfó en varias elecciones presidenciales, pero ninguna fue reconocida por los dictadores del vecino país.

En 1949, el dictador Manuel Odría resolvió que Haya debería ser encarcelado. Enterado, el líder llegó a la puerta de la Embajada de Colombia en Lima, y el embajador, Carlos Echeverry Cortés, al considerarlo perseguido político, le concedió asilo, respaldado por el presidente Ospina Pérez, y se inició una larga batalla diplomática a favor del asilado, que permaneció cinco años en nuestra sede diplomática.

El caso fue tramitado en varias instancias internacionales, y luego de ese lustro, el régimen militar peruano le otorgó el salvoconducto que le permitió salir del país, e inició un exilio que duró mucho tiempo hasta que pudo regresar.

El Apra en 1985, por fin, alcanzó el poder con Alan García Pérez, fiel discípulo de Haya, cuyo gobierno fue un desastre, pero al retornar al Palacio Pizarro en 2006 cumplió excelente gestión. Todos sabemos el trágico final del apuesto político.

Ahora, vaya paradoja, el australiano Julián Assange, creador de WikiLeaks, está asilado desde hace doce años en la Embajada de Ecuador en Londres, y no ha podido Estados Unidos que lo extraditen para juzgarlo por delitos informáticos. Y es el actual gobierno ecuatoriano, presidido por Daniel Noboa, que en acto primo ordenó a la policía que entrara a saco en la embajada de México en Quito, y capturara a Jorge Glas, el vicepresidente de Rafael Correa, que había pedido asilo político y México se lo había otorgado.

Lo que hizo Noboa viola todos los principios que informan el derecho internacional. La Convención de Viena de 1954 establece reglas precisas sobre la inviolabilidad de las sedes diplomáticas, que se consideran extensión territorial del país que representan. Lo que hicieron Noboa y sus policías es como si hubieran invadido el suelo mexicano. Habrá duras sanciones.

Volviendo al tema de Haya de la Torre, el expresidente Eduardo Santos, siempre magnánimo con los perseguidos políticos del mundo, le abrió las páginas de El Tiempo y fueron magistrales las columnas del líder aprista.

Tiene razón el presidente Petro al demandar del gobierno ecuatoriano que ponga de nuevo a Jorge Glas en la sede de la embajada mexicana. Solo así lavará la tremenda ‘embarrada’.

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