Democracia cuestionada

Al observar lo que sucede en naciones de todos los continentes, se destacan las dificultades que tienen los defensores del ‘sistema democrático’ que conlleva someterse a la legalidad, a la rotación del poder y a la refrendación ciudadana. Un conocido profesor habla del ‘Descontento Democrático’ imperante (Michael J. Sandel: Debate, 2023).

En medio de esta democracia cuestionada, surgen y se imponen con fuerza y con apoyo popular, visiones y ‘regímenes autoritarios’. Rusia busca expandirse a la fuerza y no dudó en silenciar de la peor manera al líder Alexei Navalny, quien encarnaba una posibilidad de oposición democrática al régimen neo-zarista de Putin. En los Estados Unidos, un expresidente que perdió las elecciones, no lo quiere reconocer. Auspició una horda beligerante y violenta que se tomó el Congreso, buscando también desconocer los resultados electorales. Donald Trump, cuestionado judicialmente por estos hechos y también por otros de carácter fiscal o de violencia sobre una mujer, posiblemente salga adelante con su candidatura, gane las elecciones frente a Biden y sea el próximo Presidente.

Si gana es porque tiene un apoyo importante de la ciudadanía votante que él mismo quiso desconocer hace 4 años a su opositor. Ganaría un personaje con rasgos psicológicos preocupantes, del cual se desprende un autoritarismo claro sobre la institucionalidad democrática, que usa según su propia y particular conveniencia.

Pero, debemos volver la mirada sobre lo que sucede en algunos países latinoamericanos. El Gobierno cubano, amparado por una dictadura de partido que anuló las posibilidades de expresión democrática de las ‘mayorías y las minorías’ dentro del mismo partido, se ha perpetuado con el aparataje del clan familiar Castro, apoyado por la policía secreta.

La oposición política es acallada y algunos de sus miembros encarcelados. La situación económica de Cuba, después de más de 60 años de la revolución, es muy precaria, hay necesidades básicas insatisfechas, buena parte de la población ha migrado, pero el régimen subsiste y no parece que el descontento popular pueda desmontarlo.

El caso de Nicaragua es trágico: la revolución sandinista, después de la dictadura de Somoza, dio lugar a varios ensayos democráticos que terminaron en el actual régimen autoritario de Ortega y su esposa quienes la han emprendido contra la oposición, encarcelando a civiles, intelectuales y sacerdotes. Pero el caso más cercano a nosotros es el de Venezuela, donde se logró un acuerdo el año pasado, el de Barbados, para llamar a elecciones generales y posibilitar una transición. Cuando la candidata opositora María Corina Machado barre en unas elecciones previas y demuestra que su candidatura es fuerte y puede competir con la de Maduro, es inhabilitada por un sistema judicial amañando.

La líder opositora Rocío San Miguel es detenida arbitrariamente y posteriormente se decreta la orden de salida de la Delegación de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Venezuela. Claramente, no se acepta la competencia electoral por el poder y se busca abiertamente refrendar y atornillar el régimen de Maduro, con una pantomima electoral.

Considero que el caso colombiano no cabe en esta línea de análisis. En el gobierno de Petro hay rasgos de autoritarismo y de caudillismo (como los hubo en el gobierno de Uribe), pero esencialmente ha habido respeto por la Constitución del 1991 que profundizó la democracia en Colombia. Los poderes públicos ejercen sus funciones con relativa autonomía, hay pesos y contrapesos institucionales y el acatamiento a la ley juega su papel. Petro difícilmente puede perpetuarse, a menos que sea a través de otro candidato que gane las elecciones de 2026. La refrendación popular le es esquiva, por la gobernabilidad precaria lograda con su programa de cambio.