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Samuráis y millennials

Sentí la tierra nipona como una paradoja: abiertos al mundo global y tecnológico, pero reservados y orgullosos de su carácter singular.

20 de enero de 2019 Por: Claudia Blum

En el receso de fin de año visité Japón con mi familia. Al recorrer ciudades y barrios que aún esconden un aire de misterio y antigüedad, sentí circular una fuerza indagadora que me enamoró del país. Sensación que se potenciaba con aprendizajes trasmitidos por guías preparados, buenos comunicadores y documentados sobre historia, geografía, cultura, gobierno y abiertos a compartir aspectos locales. De ahí la importancia de la reciente decisión de la Corte Constitucional de respaldar la norma que busca profesionalizar en Colombia a los guías turísticos.

Sentí la tierra nipona como una paradoja: abiertos al mundo global y tecnológico, pero reservados y orgullosos de su carácter singular. En céntricas calles de Tokio y Kioto, brotan innovadores millennials, avisos fluorescentes con automóviles Toyota, artes animadas Manga y Anime, la Canon y la Sony, conocidos en el orbe. La automatización aparece por doquier: baños que se autolimpian con hundir un botón, máquinas expendedoras que aunque molestan por su proliferación son de gran utilidad por la variedad de sus provisiones.

Enriquecí mi mundo interior conociendo su historia, cultura y entorno, museos, pagodas, jardines, su culinaria, el imponente Fuji, palacios imperiales y teatros. En la tradicional ciudad de Nara, uno de los guías nos transportó a tiempos prehistóricos rememorando cómo los primeros habitantes de las islas migraron desde Siberia cruzando puentes formados en la Edad de Hielo y desde el sudeste asiático. Nos explicó que los registros de su historia son del siglo VI cuando apareció la escritura japonesa, pues antes solo existían relatos chinos y coreanos, imperios continentales más poderosos. En cada templo repasábamos cómo el budismo que surgió en India hacia el siglo VI a.C. llegaría mil años después para coexistir con el Shinto, religión indígena de Japón: hoy conviven bodas shintoístas con funerales budistas.

Me sorprendió el origen de sus métodos de negociación: los dioses japoneses reinaban por consenso; del mismo modo que emperadores, samuráis, shoguns y terratenientes pretéritos; y hoy primeros ministros y directivos de empresas son menos independientes que sus contrapartes internacionales, pues sus decisiones deben buscar acuerdos.

En Kioto, los legendarios distritos de las geishas y maikos (aprendices) conservan escuelas especializadas donde mujeres talentosas pasan su vida perfeccionando aptitudes artísticas en canto e instrumentos tradicionales, baile, narración, y engalanadas con sus suntuosos quimonos entretienen en las okiya o casas de té a círculos exclusivos que pueden pagar por su presencia.

Recorrer el mercado Tsukiji donde 3 mil toneladas de 450 especies marinas se negocian diariamente, es la antesala de una gastronomía diversa en ingredientes y platos con presentación minuciosa y natural en línea con una cultura de la belleza sustentada en la simplicidad y la sutileza.

No pasan desapercibidos el valor cultural del baño para que alma y cuerpo estén impolutos; la disciplina en trenes donde no se usan celulares ni se habla en voz alta pues son espacios para meditar; o los tatuajes asociados a la yakuza o mafia japonesa que generan exclusión.

Japón ha soportado incendios, terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis y guerras. No dejo por eso de asombrarme cómo ha cimentado un patrimonio cultural privilegiado, armónico y diverso transformándose en un país digno de admirar y emular.