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Partidos, muy partidos

Así fue. Por décadas los partidos políticos se enfrentaban entre sí. Eran los tiempos del conservatismo y el liberalismo. Luchas a muerte pero con partidos sólidos y fáciles de identificar.

19 de julio de 2017 Por: Carlos Mejía Gómez

Así fue. Por décadas los partidos políticos se enfrentaban entre sí. Eran los tiempos del conservatismo y el liberalismo. Luchas a muerte pero con partidos sólidos y fáciles de identificar. Luego de la hegemonía conservadora de 45 años los godos se dividieron y ganó el liberalismo con Olaya Herrera en 1930. Vino una República Liberal con López Pumarejo, luego Eduardo Santos y de nuevo López. Caído el lopismo vino un trayecto con Lleras Camargo. Repuntó el conservatismo con Ospina Pérez y Laureano Gómez. Sobrevino el asesinato de Gaitán en el 48.

Y surgió La Violencia con cientos de miles de muertes. Sobrevino la dictadura de Rojas Pinilla (1953) hasta que liberalismo y conservatismo (Lleras Camargo y Laureano Gómez) encontraron la fórmula de la paz política con el Frente Nacional: alternancia en el poder y paridad partidaria. Una sabia fórmula que, sin embargo, cerró la política a nuevas expresiones político-sociales que fraguaron formas subversivas que no concluyen.

Nuevas formaciones. Los llamados partidos tradicionales se dividían en función de sus líderes. Pero eran fácilmente identificables: lopismo, santismo, ospinismo, laureanismo, turbayismo (de Gabriel Turbay), gaitanismo. Después del 70 tuvimos pastranismo, alvarismo, belisarismo, rojas pinillismo, llerismo y turbayismo (de Julio César).
En los 80 aparecieron el narcotráfico y el paramilitarismo en política, financiándola. Y tiempo después sobrevinieron ‘aperturas’ como la elección popular de alcaldes y gobernadores y comenzaron las operaciones avispa, las microempresas y personalismos electorales, los ‘sálvese quien pueda’. Y comenzaron a ‘florecer’ partidos y partiditos por doquier.

Hoy los partidos se partieron. Hoy nadie entiende lo que ocurre. No hay jefes. No hay partidos serios y sólidos. Basta observar el panorama para el 2018. Los partidos tradicionales no tienen norte alguno. El conservatismo está parte en el gobierno, parte en la oposición y parte en el limbo: Ordóñez, Martha Lucía Ramírez. Incluso un sector (con Andrés Pastrana) está más cerca del Centro Democrático (CD). El liberalismo no tiene brújula y, a excepción de Humberto de la Calle, tiene unos minicandidatos. La U ha dado vueltas y revueltas: comenzó con Uribe, siguió con Santos y ahora no sabe qué camino hallar: si desaparecer o continuar a rastras con sus Benedettis despistados, sus Pinzones perdidos y sus Roys sin brújula. Cambio Radical: un partido con candidato fuerte pero con un partido que no parece dar la talla. El Polo Democrático entre el ‘progresismo humano’ de un personaje como Petro, Jorge Robledo sin base sólida y Clara López sin nada claro. Los verdes están biches con su Claudia López y su Navarro Wolf. Y por ahí, suelto, Sergio Fajardo. Ni digamos de los espontáneos en el ruedo como ‘Teodora’ y otras grises figuras. Para nublar más el panorama aparecerá el partido de las Farc, no se sabe aún con qué ni con quién. A un lado se encuentra el Centro Democrático con perspectivas electorales importantes, con un jefe fuerte pero aún sin candidato formal para el partido y para una posterior coalición.

Y rondando el panorama aparecen las financiaciones non sanctas. Y una reforma electoral de futuro muy incierto. Y un ambiente de polarización cuyo horizonte no puede ser más oscuro.