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¿Qué hace una buena cancillería?

Para responder a mi pregunta he revisado mis archivos, ya destruidos en...

12 de junio de 2016 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Para responder a mi pregunta he revisado mis archivos, ya destruidos en un 80%, actividad que se debe desarrollar a partir de cierta edad que yo ya dejé atrás.Hace algo más de 21 años estaba yo de Embajador de Colombia en Washington, ante el gobierno de Estados Unidos. Me había nombrado Ernesto Samper pero era claro, salvo para los pretensiosos y poco éticos periodistas colombianos, que nunca fui el ‘alter ego’ del presidente sino el defensor de nuestro país, azotado por todas las plagas bíblicas.Algunas personas que nunca entendieron eso tuvieron como oficio atacarme (¿por qué?), otras compadecerme, el gobierno, jugarme sucio junto con la Misión de Colombia ante la OEA (y no por parte del presidente Gaviria).Para honor y arrepentimiento de mis irresponsables atacantes, siempre lo he dicho y ahora lo escribo, que por algo menos de dos años durante los cuales ejercí mi cargo, estuve contento, muy contento, pues la defensa de Colombia y de sus gentes me resultó gratificante, como lo fueron mis contactos con el gobierno norteamericano, con el cuerpo diplomático, con la academia en numerosos lugares del país, con los colombianos y con quienes solicitaron mi ayuda en varias oportunidades.Colombia se destacó como patrocinador de los más importantes eventos culturales: la Ópera de Washington, el Kennedy Center, la Fundación Wilson, el Museo de la Mujer y el Fox Trap (cuya Junta presidia la señora Clinton). Así mismo estuve muy cerca de la Unión Panamericana, de los embajadores europeos, latinoamericanos y asiáticos, de los grupos de derechos humanos y estudios políticos en varias ciudades: Miami, Atlanta, Chicago, Baltimore, Denver y otros.Nuestros periódicos de pacotilla decían con inocultable alegría, presididos por el actual Presidente de Colombia, que a mí nadie me recibía en Washington (!), que no tenía entrada al Departamento de Estado y otras monsergas: ¿Estaba Santos temeroso de que yo frustrara su ilusión (que tenía desde los cinco años) de ser Presidente y por ello incurrió en tantas estupideces que lo obligaron a visitarme en la Embajada y a pedirme excusas? Tal vez, pues no era la primera vez, según aparece en algún escrito que envió años atrás por otra racha de celos y estupidez y que conservo en mis archivos; a Santos lo ayudaron periodistas de cuyos nombres prefiero no acordarme.A los periodistas les achaco su carencia de ética pues nunca me llamaron para oír mis opiniones sobre los hechos sino que como toros bravos, no nobles, embistieron en medio de de su ignorancia.Ernesto Samper también me traicionó con la ayuda de Cristo, el prócer de esta administración; Rodrigo Pardo, Ministro de Relaciones Exteriores, se acobardó y entre todos ellos se encargaron de ocultarme documentos del gobierno norteamericano y de dificultar mi labor.Pero, para regresar a la Cancillería y a todos estos enemigos gratuitos que me gané sin darme cuenta y que, por cierto, nunca me ha importado, le cuento a la canciller Holguín, funcionaria del gobierno Samper, que el Departamento de Estado me invitó en los dos años en que fui Embajador, a dictar los cursos de información sobre Latinoamérica que recibían todos los diplomáticos que a esta región viajaban; lo hice con gusto y conseguí, además, que el Departamento me enviara dos profesores para dictar a los funcionarios colombianos de la Embajada y a los consulares de todos los Estados Unidos, a quienes invité a Washington para ese afecto. ¡Oh sorpresa! dirían los entonces aguiluchos del periodismo.Conservo en mi poder, y enviaré a María Ángela Holguín o a quien la remplace, el estupendo material que tenía -y seguramente aún tiene- el Departamento de Estado, como resultado de los cursos que algunos embajadores dictamos y del material que recibe de sus embajadas en el mundo entero.Otro día escribiré sobre otros temas parecidos.