El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

¿Nostalgias?

Si no nos damos cuenta y arrastrados por la novelería de la...

7 de agosto de 2011 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Si no nos damos cuenta y arrastrados por la novelería de la juventud de nuestro hijos y nietos vamos destruyendo palabras, costumbres y buenas maneras del pasado, de pronto nos encontramos diciendo “chévere”, “cucho”, “crema de dientes”, “terminal” y otras palabras extrañas a nuestra cultura. De hecho y esto es muy válido para los bogotanos, la invasión de la ciudad por la provincia, ha impulsado grandes cambios en todos los aspectos de la vida.Los bogotanos teníamos un vocabulario especial que ya prácticamente ha desaparecido y ello es tan lamentable como si en Oxford o Cambridge se hablase cockney, con la diferencia de que los ingleses cultos no se dejaran hacer eso pues se supone que la igualdad se logre por arriba y no bajando de categoría, a la barriada.He venido leyendo lentamente el estupendo Cachacario o Diccionario de cachaquismos de Alberto Borda Carranza y he de confesar que el 95% de las palabras allí definidas hicieron parte de mi habla bogotana y el 90% de ese 95 ya no se usa, ni siquiera por los pocos bogotanos que hemos sobrevivido. Sin embargo, hay definiciones de Borda (pocas) que no coinciden con mi propio uso de las palabras y palabras (pocas también) que nunca usé; a la vez siempre quedan las que aún empleo pese a la censura descarada y a la mirada atónita de mis nietos. Las palabras muertas son maravillosamente descriptivas y muchas de ellas han sido incluidas en los manuales del Instituto Caro y Cuervo y, algunas, en los escritos del filólogo cuyo centenario de defunción se recuerda este año.¡Quién no entienda que algo se hizo “a la guachapanda” o “a la loca” o “a la topa tolondra”! La fonética basta para imaginar la falta de seriedad, el descuido, fácil de entender si se relaciona con la forma como se hacen las leyes (a “pupitrazo” se aprueban, precisamente “a la guachapanda” y, por eso, la legislación del país es caótica y está llena de vicios; se legisló “a la loca”, a “la topa tolondra”).Ir “a pata” a comprar algo es una pequeña historia y “comer pavo” define lo que pasaba a tantas adolescentes que hoy en día sacan a bailar al indiferente, o bailan con una amiga que estaba en las mismas. Al “conchudo” que se cuela en las fiestas, se “bebe” a los demás, nada le importa, es la humanización de esas grandes tortugas de las islas galápagos.El “lentejo” no es el que hoy trata de salir retratado con el Presidente (sería más “un lobo”, “un lambón”, “un chisgarabís” o “un lagarto”) ni quien se inclina al lado que más le favorece, como lo define Borda, sino el que traiciona por oportunista sus creencias y sus principios (de esos varias decenas en los años 40 y 50).¿Alguien podrá decir que no entiende quién es “un moscorrofio” o “un muérgano”? No decir “ni pío”, volver “naco” a alguien no requieren explicación aun cuando Borda define “naco” como puré de papas y no está limitado a las papas (arvejas, etc…) y tampoco el naco es puré: es naco.“No tiene donde caerse muerto”, “morirse de la risa” o “del hambre” o “del cansancio” o “del aburrimiento” rechazan cualquier definición adicional a su contenido, lo mismo que “ni de vainas” (no aceptar algo que nos disgusta o no hacerlo “ni de fundas”).¿”Pagar el pato” o “los platos rotos” o hablar “paja”, por qué tienen que desaparecer? ¿O “dar papaya” o “parar bolas”, o “parar la oreja”? ¿Con qué las reemplazaríamos?Tener “una rabieta” o ser una “ranga”, o “hacer parte de una rosca” o dar “trompadas” o una “tunda”, o ser “zángano” o vivir como un “zarrapastroso” y tantas otras maravillas del idioma bogotano deberían ser reivindicadas para las nuevas generaciones para lo cual muchos periodistas, locutores y presentadores deberían recibir cursos especiales que mejorarían la cultura que creen equivocadamente que da el sólo vivir en Bogotá.