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Contaba mi padre, quien visitó Israel invitado por el gobierno de ese...

25 de julio de 2010 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Contaba mi padre, quien visitó Israel invitado por el gobierno de ese país y ya como ex presidente de Colombia, que llegó al Hotel Rey David, en Jerusalén (donde me alojé el mes pasado), y, en Sabat, bajó al comedor, donde se exponía un enorme buffet.Él no era especialista en servirse y odiaba los buffets, pero no tenía alternativa y escogió algunas cosas de las pocas que comía y que excluían las verduras y la mayoría de los lácteos; sin embargo, y como en el cuento de Chejov, nunca pude saber cuál fue el pecado, pues, sin preaviso, un criado le quitó el plato y lo estrelló contra el piso, ya que la mezcla de alimentos (?) lo había hecho impuro. Nunca se repuso del golpe, pese a lo cual escribió algunos poemas sobre Jerusalén desde las ventanas de su alojamiento, que publiqué hace meses en esta columna y sobre los cuales no recibí comentario alguno, pues supongo que nadie conocía a un político poeta llamado Carlos Lleras, sino a un argentino nacionalizado, tal vez dueño de un asadero, denominado Yeras o Sheras.Lo cierto es que el hotel (de la cadena Leading Hotels of the World, a lo cual agregaría “para judíos ortodoxos”), además de ser excelente en todos los aspectos no glosados, está ubicado en un bellísimo paraje desde donde se aprecia la ciudad con sus enormes murallas medievales; el viejo Jerusalén, en la parte judía, se conserva y desarrolla magníficamente y el contraste con la árabe es lamentable. He de suponer que ello no es totalmente fruto del azar. Cuando yo era joven, Ana Restrepo del Corral y curas de variadas congregaciones organizaban peregrinaciones a Tierra Santa, que, supongo, hacían ganar indulgencias, como ocurrió en la época de las sanguinarias cruzadas y de las bandas de asesinos y ladrones que se ocultaban bajo el nombre de las ordenes católicas de los templarios o de los caballeros hospitalarios de San Juan, a quienes los papas y los reyes estimularon y gratificaron y debemos aun buena parte de los conflictos del Cercano Oriente.Recorrimos la ‘Vía Dolorosa’, más conocida por nosotros como Vía Crucis, que atraviesa el barrio árabe por callejuelas empedradas y fatigantes, que, si lo de las indulgencias fuera cierto (alma bendita de Lutero), sí las ganamos.Pensaba yo, ahora que no hay peregrinos, que si Jesús no pudo con las doce estaciones (pese a la ayuda del Cirineo), cómo quedaríamos nosotros y así de cansados culminamos la jornada en el Santo Sepulcro, del cual no hago comentarios para no molestar a los creyentes.Por cierto que el guía, judío él, reunió el Gólgota con el lugar del sepulcro, falsedad antievangélica, y que el monte de los Olivos ya no tiene sino tres árboles raquíticos y Getsemaní ha desaparecido, junto con las peregrinaciones.El Mar Muerto es un lugar muy especial y siempre sospeché que Jesús no había caminado sobre las aguas del lago de Tiberiades sino sobre las de este ‘mar’, donde nadie puede hundirse. No hice el ensayo, pues, al haber aceptado las teorías darwinianas, ya o en el próximo futuro aparecerán en él monstruos capaces de sobrevivir a la sobredosis de productos químicos que alimentan las florecientes industrias de pomadas y cosméticos varios tanto de Israel como de Jordania.Sobra decir que el Hotel Daniel es tan bueno como todos los que nos recibieron, con los mismos defectos de origen religioso ya señalados; de allí a Massada hay unos pocos kilómetros de excelente carretera (como todos los que recorrimos, que fueron muchos) y aun cuando la visita de este lugar va aumentando por parte, especialmente, de los judíos, es tan interesante como fatigante en verano con unos 35 grados encima.Sobre Massada hay dos teorías: la oficial de Israel, que afianzó Ben Gurión ante la necesidad de fortalecer el patriotismo y el valor de su pueblo, y la de los antropólogos y arqueólogos más modernos, que se apartan de ella. Ya lo veremos.