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Los cafés de Bogotá

Ya había mencionado hace pocas semanas el libro de Camilo Andrés Monje,...

12 de agosto de 2012 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Ya había mencionado hace pocas semanas el libro de Camilo Andrés Monje, publicado por el Colegio Mayor del Rosario titulado ‘Los cafés de Bogotá (1948-1968) historias de una sociabilidad’. Por cierto que sería interesante hacer una investigación similar en Cali, Medellín y otras ciudades en donde el café sirvió siempre como lugar de socialización no sólo entre personas sino también entre clases sociales y el porqué algo tan importante sociológicamente fue siendo eliminado por el Estado mismo a través de acciones aparentemente útiles o de hechos delictuosos de agentes del mismo Estado.El autor se sumerge en el ambiente del centro de Bogotá antes del 9 de abril y nos describe una vida cotidiana que giraba, en parte importante, en esos establecimientos que eran puntos de encuentro y reencuentro, de intercambio de chismes y consejos, de comentarios sobre las noticias del día y de pronósticos para el futuro.Los cafés no eran sino eso: lugares donde se charlaba alrededor de un pocillo de café; nada de mogollas ni pandeyucas y menos aún de sandwiches o bizcochos.De hecho, el primer café donde se sirvió algo de comer fue el renombrado Automático donde se reunían los ‘intelectuales’ alrededor de León de Greiff (las comillas buscan indicar que por ir allí, nadie se volvía intelectual, como algunos lagartos podían creer).Pero, y eso no lo dice el autor, los clubes y principalmente el Jockey, tenían tertulias pero alrededor de un vaso de whisky y un plato de apetitosas empanadas; aún recuerdo la mesa que presidía Nicolás Gómez Dávila y en la cual se sentaba el poeta Rojas, Abelardo Forero, J.J. García y otros admiradores de ‘Colacho’.Ahora que se recuerda a Alfonso Palacio Rudas, me renace el recuerdo de su constante presencia en el Café Pasaje, a pocos metros del Colegio del Rosario, a donde íbamos los estudiantes de derecho a oír a ese personaje, tan peculiar en la política y mi colega en la Asamblea Constituyente, con quien tuve una excelente relación que no existía entre él y mi padre.Pues bien, dice Monje Pulido, lo primero que inició la desaparición de los cafés del centro que funcionaban cerca de las chicherías, fue la prohibición de la chicha que hizo el profesor Bejarano durante el gobierno de Ospina.Las consecuencias fueron funestas pues tal prohibición, que muchos creemos que fue impulsada por Bavaria, hizo desaparecer las chicherías del centro de Bogotá y con ella a los trabajadores que allí socializaban; las tiendas de barrio, bien provistas de cerveza, rompieron el contacto de los obreros y artesanos entre ellos y con los habituales clientes de los cafés.El segundo tema es, naturalmente, el 9 de abril y la destrucción de manzanas enteras en el viejo Bogotá; los cafés nunca se recuperaron y fueron reemplazados poco a poco por cafeterías, heladerías, ‘salones de té’ y otros establecimientos: Monte Blanco, Oma, Cremhelado, Yanuba y tantos otros tomaron el lugar, mas no pudieron reemplazar las tertulias de los cafés en recintos abiertos, que se extendían a las aceras y a las calles mismas. La ciudadanía ganó en higiene, mas no en sociabilidad.La última razón, esa sí miserable, fue la persecución organizada por los detectives del SIC y por gente de la Policía que entraba a los cafés, golpeaban a quienes usaban corbatas rojas, atemorizaban a los liberales en una ciudad que fue siempre liberal e inclusive, a más de cortar las corbatas hacían de vez en cuando que el desafortunado dueño tuviera que comérsela.Adiós sin retorno a los cafés, característica de nuestra vieja y ya desaparecida Bogotá de antaño que se llevó parte importante de la personalidad de esta urbe.