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La Constitución en píldoras (V)

Podríamos seguir meses enteros hablando sobre la Constitución con el fin de...

13 de marzo de 2011 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Podríamos seguir meses enteros hablando sobre la Constitución con el fin de que los amnésicos la recuerden y los ignorantes la conozcan, pero tal vez no sería periodístico y, por ello, ésta es la penúltima columna sobre el tema, lo cual nos obliga a resumir muchas cosas importantes. Es así como pasando por encima de múltiples temas de interés quiero hoy referirme a la labor de la Comisión Redactora que yo dirigí y coordiné, y cuyas funciones estaban claras en el Reglamento de la Asamblea.Los miembros de aquella éramos unos 15, como reza el capítulo pertinente de mi libro ‘Partitura Indiscreta’ (del cual transcribiré apartes completos) e iniciamos labores a medida que, en mayo, en la Primera Sesión Plenaria, se iba aprobando el articulado que sería votado en forma definitiva antes del 4 de julio y la Comisión fuese pasando los textos a la Secretaría. Sólo dos personas, María Teresa Garcés y yo, trabajamos en forma permanente, todos los días durante varias horas, sacrificando inclusive nuestra participación en las plenarias de la Asamblea; los demás miembros nos acompañaban esporádicamente lo cual no entorpeció nuestra labor.Sin embargo, y para nuestra sorpresa, cuando logramos que todos concurrieran, resolvieron los eternos ausentistas, por mayoría, que la Comisión tenía que partir nuevamente de cero lo cual implicó el reestudio de 180 artículos que ya estaban listos, lo cual contribuyó al caos de los últimos días.Con el fin de acelerar el trabajo pedí a Humberto de la Calle que se habilitara la vieja hacienda de Yerbabuena, de José Manuel Marroquín, para que nos trasladáramos a ella con el fin de estar lejos de los lagartos y de los representantes de intereses particulares, quienes nos asediaban con frecuencia; y así se hizo. Ignacio Chávez, el distinguido director del Instituto Caro y Cuervo conformó, para atender mi petición, un grupo de académicos que debería revisar la redacción de todos los artículos.Todo marchaba bien; habíamos revisado más de 250 artículos con la participación de casi todos los constituyentes abogados, cuando se perdió el empleado (nombrado por el M-19 que se quedó con el manejo de la parte administrativa de la Asamblea) que tenía a su cargo la digitación del articulado ya aprobado.“Sobrecogido llamé a la Presidencia de la República, de donde enviaron a todos los técnicos quienes no fueron capaces de rescatar los textos almacenados en el diabólico aparato pues, según se averiguó después, el compinche de Navarro había almacenado los artículos en varios archivos cuyas claves de acceso únicamente conocía él”.“¿Cuál fue la realidad?” El lacayo del copresidente de la Asamblea le llevaba todos los días los artículos aprobados durante la jornada, violando mis órdenes expresas que incluían cero información para los periódicos y para los demás miembros de la Asamblea. Navarro vio que la Comisión (en la cual había representación del M-19), en uso de sus prerrogativas, modificaba algunos textos y los arreglaba y aclaraba todos, lo cual, según él me ha confesado, equivalía a hacer una Constitución diferente a la aprobada en el primer debate, y de ahí la sustracción tramposa de los textos”.“En esas circunstancias, Navarro presionó para que se iniciara el segundo debate con los artículos muy defectuosos salidos del primero, “¡puesto que la Comisión no había entregado a tiempo los nuevos textos!”.Nos vimos obligados a trasladarnos al Hotel Tequendama donde comenzamos a reconstruir los textos, pero ya estaba en curso la votación en la segunda plenaria y, por ello, las bondades de los primeros textos se perdieron y se causó un grave daño a la Asamblea y a sus miembros con el descrédito correspondiente que le facilitó al uribismo ir desbaratando la Constitución “sin perjuicio de lo que el Congreso ha hecho motu propio para recuperar las abusivas prerrogativas que se había otorgado al paso de los años, monumento a la politiquería y a la corrupción”...