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Encuestas, tarjetas y claves

Muy de vez en cuando recibo una llamada de alguna empresa encuestadora,...

15 de enero de 2012 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Muy de vez en cuando recibo una llamada de alguna empresa encuestadora, pero desde un día en el cual confesé ser mayor de 70 años, noticia recibida con profundo desprecio traducido en un seco gracias y en el corte de la comunicación, tengo listo el fatídico anuncio que doy antes de dar mi nombre. Los mayores de 70, que cada vez representan un porcentaje mayor de la sociedad, no cuentan y no pueden ni deben opinar, pues a nadie le interesa algo pasado de moda que seguramente van a decir, como “hay que acabar con la corrupción” o “antes la gente era honrada y no había tanto guache”. Paciencia. Lo que me viene molestando de estas empresas (y no tengo ánimo vengativo alguno), y de sus relaciones con los medios que tienen una ética tibia es que, y en las pasadas elecciones fue notorio, publican consecutivamente en varios días encuestas de distinto origen, y por lo tanto con resultados disímiles lo que contribuye a la confusión pre-electoral; la ley debería obligar a cada medio a casarse con un solo encuestador, en pro de la claridad que debe prevalecer en esas delicadas ocasiones.Otra cosa que me molesta son las malditas tarjetas de invitación a tantas cosas (conciertos, exposiciones, conferencias, presentación de libros, remates navideños), algunas de las cuales tienen el conocido R.S.V.P. que clama por una respuesta de la gente educada dentro de las 48 horas después del recibo, otras el español S.R.C. que tiene el mismo efecto y otras nada, lo que indica que no esperan ni les interesa si uno va o no.Todo parece simple hasta cuando las señoritas que atienden las llamadas no se coordinan entre ellas y usted contesta a tiempo, sólo para recibir posteriormente dos o tres llamadas preguntando si va a asistir o no, lo cual debe causar tremenda confusión en el invitante que no sabe cuánto licor comprar ni cuantos ‘bocaditos’ tener listos (cuando usted es el invitante es víctima dolorosa de la incertidumbre).El segundo caso es igualmente molesto: como no piden respuesta usted no responde pero, ¡oh sorpresa!, recibe las dos o tres llamadas preguntándole si va a asistir y no vale que uno explique la realidad de los hechos, pues usted es quien quedará mal y no el invitante que no conoce nada de protocolo ni de buena educación.El personal que hace este aburrido trabajo debe, por lo menos, haber terminado el bachillerato que aún siendo tan deficiente como lo es, resulta mejor que nada.De esto me convencieron dos conversaciones: en la primera me pidieron mi nombre y cuando yo, ante el silencio perplejo de quien no me conocía, le pregunté si sabia su empresa quien era yo y a quién había invitado y después de recibir una respuesta negativa, le sugerí que le dijera al invitante que me parecía inútil que me volviese a invitar; la segunda fue peor, pues por tres veces consecutivas insistió la telefonista en bautizarme Carlos Higuera, hasta que le pregunté si alguna vez había leído historia de Colombia de los últimos 200 años y me dijo que no y que nunca había oído el apellido Lleras. ¡Vanidad de vanidades! aun cuando yo adjudico el hecho, además, a los argentinos que ya no hablan español como lo han comprobado los televidentes que ven y oyen propaganda en un extraño lunfardo -supongo yo- pues no es nuestro idioma. Esa corrupción llegó a la “ll” y la “y” que ahora se pronuncian sh: Sheras, shave, shamar, etc…Como nuestra TV está manejada desde el país austral, la degeneración del español no tiene cura, a la cual debo agregar la manía española de dejar que se les enrede la lengua entre la boca, lo cual no me permite ver películas de esa nacionalidad, para no hablar del ‘slang’ que ha introducido ¡en el país de nacimiento de la Real Academia de la Lengua!