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El general Uribe y las indemnizaciones de la guerrilla

Un descendiente del general Tovar, quien leyó y circuló mi artículo ...

1 de febrero de 2015 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Un descendiente del general Tovar, quien leyó y circuló mi artículo sobre el asesinato del general Uribe Uribe, me envió un comentario que debo transcribir: “Omitiste la respuesta del general Tovar al recibir la orden de José, J. Casas de ‘juzgar’ y fusilar a Uribe Uribe: -Primero romperé mi espada de general sobre mis rodillas antes de derramar una gota de sangre del general Uribe-”. Así eran las cosas cuando las luchas políticas, a pesar de ser violentas, se peleaban entre gente culta y la que antes se llamaba “decente”, palabra que por razones que desconozco y que rechazaría, es políticamente incorrecta.***Leo y releo todos los días que viajaron a Cuba los desplazados por las Farc y las familias de los asesinados por ese grupo, hoy llamado “guerrillero”, para poder negociar la finalización de la violencia que ha ejercido -al menos indebidamente- desde 1957 y hasta el día de hoy y extraño que el Procurador General, representante de la sociedad civil, no se haya apresurado para reclamar en nombre de la Nación, los perjuicios causados por las acciones terroristas, contra los civiles y la economía nacional.Dejando a un lado los temas de discusión, el Procurador debería tener un grupo de trabajo que calculase el valor de los daños causados por las Farc a la infraestructura que pertenece al pueblo de Colombia que en este trance no tiene vocería en La Habana.En efecto, los ‘terroristas’ han destruido oleoductos, puentes, carreteras, torres de energía eléctrica y otros bienes de uso público y parece que la Nación va a absorber el costo como una especial atención navideña a esos ‘exbandidos’. ¿Será entonces posible que nadie hable por los colombianos de bien que, aún cuando no desplazados, han venido pagando impuestos que, además de ser comida para los servidores públicos corruptos, sí se utilizan en alguna cuantía para reparar esos daños?Pero, además ¿Cuál ha sido el lucro cesante y el daño emergente? ¿Cuánto el valor del petróleo derramado, de las quebradas y ríos contaminados, de la fauna envenenada, de las demoras en el transporte de carga, del daño de perecibles, de los inmuebles de la gente humilde que ha visto destruidos sus hogares, de las heridas de los niños por las minas quiebrapatas, etc..?¿Por qué nadie (ni Congreso, ni gobierno, ni medios, ni curas, ni violentólogos) habla de estos enormes perjuicios que aún no se han evaluado? Todos los colombianos, los 46 millones, tenemos una parte -por pequeña que sea- de esta millonaria suma que no es imposible de calcular y por no hacerlo, el Procurador está incurriendo en delito puesto que en sus manos -las del representante del Ministerio Publico- hemos colocado el cuidado del patrimonio del país y de sus habitantes, globalmente.***Terminemos esta miscelánea comentando cómo, en las únicas dos novenas de aguinaldos a las que asistí (bella costumbre que se está acabando) pedí que se rezara con el texto original de Fray Fernando de Jesús Larrea que en edición facsimilar de la 1807 publicó el Instituto Caro y Cuervo en 1987.Es una preciosa miniatura lograda estupendamente en la Imprenta Patriótica de esa entidad, que aún imprime sus magnificas ediciones en el linotipo original con precisión y elegancia. Nos cuenta el profesor Carlos Valderrama, investigador del Instituto, que Fray Fernando es (o era) persona totalmente olvidada hasta la publicación citada que recoge los datos del sacerdote ecuatoriano, ordenado en 1725 en Quito y que llegó a Popayán en 1739 y desde allí emprendió su labor misionera “por todos los caminos… (de) el Nuevo Reino de Granada”.Su vida y su ejercicio fueron interesantes y tocan con el Valle del Cauca, Cundinamarca, Boyacá, Santander, Popayán y Tolima. Algún día le haremos un homenaje pero por ahora nos limitaremos a señalar que Fray Fernando entregó a doña Clemencia Caicedo, personaje que merece una gran biografía que incluya el tema de sus composiciones musicales, la Novena de Aguinaldos (1755) cuyo texto es, con pequeños cambios, el mismo que popularizó la madre María Ignacia, hija de José María Samper y Soledad Acosta; sólo hay pocas palabras actualizadas por la monja y buena parte de las consideraciones para cada día. Comparar ambos textos es un buen ejercicio sociológico y lo recomendamos.