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Rafael Colmenares

Escribo esta columna con la honda tristeza causada por la muerte de un hombre bueno.

10 de febrero de 2017 Por: Carlos Jiménez

Escribo esta columna con la honda tristeza causada por la muerte de un hombre bueno. Uno de esos colombianos íntegros y generosos que todavía nos hacen sentir orgullosos de ser colombianos, un quijote infatigable que dedicó lo mejor de su vida, su talento y sus energías a la conquista de lo que debería ser y sin embargo no lo es en nuestro desdichado país un derecho humano fundamental: el derecho al agua.
Abogado por la Universidad Javeriana de Bogotá, inició como activista estudiantil la trayectoria de defensa del bien común que habría de madurar y alcanzar su plenitud hace 20 años, cuando se dedicó de lleno a la defensa del medio ambiente y específicamente a la protección intransigente de nuestros ríos, páramos y humedales, ayer tan abundantes y hoy tan menguados. Y fue justamente esta lucha la que le hizo conocido en todo el país como líder y destacado vocero de las 60 organizaciones que en 2008 recolectaron más de dos millones de firmas para exigir la realización del plebiscito del agua.

¿Su objetivo? Preguntar a los colombianos si estaban o no de acuerdo con que la Constitución se reformara para incorporar en su texto como un derecho fundamental el derecho al agua potable, así como el carácter de bien común de la misma, la destinación prioritaria de los ecosistemas esenciales para el ciclo hídrico al cumplimiento de su función natural, la gestión exclusivamente pública de los servicios de acueducto y alcantarillado y el establecimiento de un mínimo vital gratuito destinado a garantizar que ningún colombiano padezca por incapacidad suya o de su familia de pagar el agua que necesita consumir diariamente para mantenerse vivo.

Como quizás se recuerde esta generosa iniciativa naufragó en un Congreso entonces dominado por los partidos uribistas, tan dados al autoritarismo político y al extremo liberalismo económico. ¿Cómo iba a permitir la celebración de este referendo un gobierno que entregó en concesión a las empresas mineras más de la mitad del país, incluidos los páramos, fábricas naturales de agua? Y el Chocó a la voracidad depredadora de una multinacional canadiense.

Rafael no se rindió. A pesar de esa derrota siguió batallando, convencido de que al final Colombia entera le daría la razón impidiendo que lo que fuera un paraíso se convierta definitivamente en un erial. Solo la muerte ha impedido que lo siguiera haciendo. Honremos su memoria haciendo nuestra su lucha.

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