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Parásitos

Los Óscar concedidos por la Academia del cine americana me alegraron por partida doble.

20 de febrero de 2020 Por: Carlos Jiménez

Los Óscar concedidos por la Academia del cine americana me alegraron por partida doble. En primer lugar, porque premiaron Parásitos del coreano Bong Joon Ho, la película que en mi fuero interno ya había premiado, dejando en la estacada a las que yo igualmente había desechado.

Empezando por El Irlandés, ese exceso, esa saldo, con el que Martin Scorsese ha estropeado una admirable carrera como director de cine. Y siguiendo con Érase una vez en Hollywood, de mi admirado Tarantino, tan deshilachada como Dolor y gloria de Pedro Almodóvar y para peor más larga... A 1917, la premiaron por lo único que merecía ser premiada esta fantasía senil del gran Sam Méndez: el alarde técnico que supone su interminable plano secuencia.

A Judy de Rupert Goold la distinguieron concediendo a Renée Zellweger el premio a la mejor actriz, aunque yo hubiera querido que le dieran alguno más, por contarnos con solvencia la trágica historia -no por trágica menos frecuente- de los artistas encumbrados al estrellato por la misma maquinaria que después los arroja al infierno del olvido.

La otra alegría me la dio comprobar que la antinomia entre el arte y el mercado, que a tantos trae por la calle de la amargura, puede ser superada. O por lo menos, neutralizada, por el arte precisamente. Porque Parásitos no solo ha obtenido todos los grandes premios posibles, empezando por la Palma de Oro en Cannes, siguiendo con el premio Bafta a la mejor película de lengua no inglesa en Londres y rematando con el Óscar a la mejor película, un honor que durante todos los muchos años que lleva concediéndose esta distinción estuvo reservado a las películas de los Estados Unidos de América. ‘Un hecho histórico’ como proclamó orgulloso el director afroamericano Spike Lee -paladeando cada sílaba del adjetivo histórico-, porque rompe con la tradición de condenar a las películas extranjeras a una suerte de reserva india.

Logro que se hace aún más impresionante cuando se toma en cuenta todo lo que pesó en la decisión de premiarla, el hecho de que fuera taquillera una película subtitulada en un país como los Estados Unidos donde esta clase de películas tienen un público minoritario. Pero si Parásitos venció todos estos obstáculos, incluido el del mercado, es porque es una auténtica obra de arte. Redonda, impecable, estremecedora y además sorprendente.

Otro sí: el fascismo puede hacer gran cine, que ahí queda Joker para demostrarlo.

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