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Malatesta

Después de Daniel Caicedo -con su Viento seco- y de Gustavo Álvarez Gardeazábal -con su Cóndores no se entierran todos los días- le llega el turno a Julián Malatesta de ofrecernos una novela sobre La Violencia.

10 de agosto de 2017 Por: Carlos Jiménez

Después de Daniel Caicedo -con su Viento seco- y de Gustavo Álvarez Gardeazábal -con su Cóndores no se entierran todos los días- le llega el turno a Julián Malatesta de ofrecernos una novela sobre La Violencia. Y digo “La Violencia” para subrayar la existencia de un linaje que no es solamente literario sino ante todo histórico y político.

El conflicto armado del que estamos saliendo no puede separarse tajantemente de aquella “Violencia” de los años 50, de la que tanto Caicedo como Álvarez Gardeazábal, ofrecieron oportunas versiones literarias. Pero si es verdad que aquellas aguas trajeron estos lodos, también lo es que mucho ha cambiado en Colombia desde entonces y que dichos cambios han modificado profundamente las convicciones y los intereses de los agentes, los protagonistas, los cómplices, los beneficiarios y las víctimas de una guerra civil que nunca se atrevió a decir su nombre. Por lo que no resulta sorprendente que Este infierno mío -la novela de Julián Malatesta- resulte tan distinta de sus predecesoras. Es otra gente la involucrada en el conflicto y otra la sociedad en la que se libró en el último cuarto de siglo. Otra, en consecuencia, la forma de narrarla.

Para hacerlo, Malatesta ha optado por construir un artefacto literario muy complejo, tanto que con frecuencia se le va de las manos. Y en el que sobresale la yuxtaposición de lenguajes. El campesino y el de la plebe urbana coexisten con las jergas de los guerrilleros, los militares y los intelectuales entremezcladas con letras de canciones apropiadas o escritas por el autor, con poemas y hasta con recetas de cocina.

Esta yuxtaposición no debería ser en sí misma un problema, que allí está El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, para probar con cuánto virtuosismo puede ser resuelta ésta clase de mezclas. Pero a Malatesta le pierde su vena lírica: la profusión de metáforas resulta agotadora y su exceso lo empeora, que muchas sean metáforas fallidas. Y la vena profesoral: tanto ‘el Profe’ -que encarna al narrador- como el resto de personajes se entregan con una frecuencia anómala a reflexiones sobre la vida, la muerte, el tiempo o la nada que o no vienen al caso, o no encajan con sus personalidades. Y es una pena. Porque pese a sus defectos esta novela logra situarnos en el campo de batalla y dar fe de cómo vivieron y padecieron la guerra quienes de verdad la hicieron: los militares y los guerrilleros.

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