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Los inadaptados

Gracias a la inagotable oferta de cine de la televisión, he visto...

13 de enero de 2017 Por: Carlos Jiménez

Gracias a la inagotable oferta de cine de la televisión, he visto de nuevo The Misfits, Los Inadaptados, la película de John Houston que convirtió en leyenda el trágico fin de Clark Gable y Marilyn Monroe, sus protagonistas. Clark Gable murió de un ataque al corazón al finalizar el rodaje. Y Marilyn Monroe se suicidó o la suicidaron en 1962, al año siguiente de su estreno. Pero los años no han pasado en balde y ni el aura legendaria de la que aún goza ni la entusiasta recepción crítica de la que se benefició en su día consiguieron librarme de la decepción que me produjo ver de nuevo un filme que vi por primera vez hace tantos años. Para empezar creo que el guión tiene baches de continuidad inaceptables y sobre todo problemas con los diálogos, a pesar o quizá debido que detrás del mismo estaba el mismísimo Arthur Miller. Y no solo porque fue el autor tanto del relato que dio pie a la película como de su guión sino porque, debido a su matrimonio con Marylin Monroe, estuvo presente durante todo el rodaje. Por lo que sea, me irritó el desfase entre los diálogos y los personajes, que con frecuencia dicen cosas que no tendrían que decir si realmente fueran lo que se supone que son: dos mujeres del montón, un par de vaqueros a los que vida ha arrojado a la cuneta y un piloto de los tantos que fueron a la guerra y regresaron con el alma hecha trizas a buscarse la vida. No les cree uno cuando les oye hablando como personajes del teatro de Sartre. Y tampoco se cree uno que pueda existir una mujer tan ingenua y bobalicona como Roslyn, el personaje interpretado por la Monroe. Cierto: John Houston era demasiado buen director como para dejar que su película naufragara en un mar de retórica existencialista. Y por eso supo explotar con magistral perversión el atractivo sexual de Marilyn y de componer secuencias absolutamente memorables en las que lo que de verdad importa es la acción. Como las referidas a la cacería de caballos por los eriales de Nevada que culmina en el duelo a muerte entre un garañón y Gay, el personaje de Clark Gable. Esta sola secuencia vale por toda la película y nos hace perdonarle hasta su empalagoso happy end. También hay que alabarle que se haya atrevido a hacer una película que desmitifica crudamente el mito del vaquero que él mismo se encargó de elevar hasta alturas insospechadas en clásicos como Centauros del desierto o El hombre que mato a Liberty Valance.

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