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Es estupidez

Después de tantísimos años de “sangre, sudor y lágrimas”, después de tantos muertos y tantas vidas destrozadas volvemos al punto de partida. No hay derecho.

4 de octubre de 2018 Por: Carlos Jiménez

Es estupidez, ineptitud, mala fe o alguna participación inconfesable en los grandísimos beneficios que produce el comercio ilegal de la cocaína la que ha impulsado al gobierno nacional a reemprender la fumigación aérea de los cultivos de coca. Y no lo digo solo por el empleo en los mismos del glifosato, una sustancia que el 7 de junio de 2017 fue incluida por el estado de California en la lista de productos cancerígenos y que Francia e Italia consideran dañina para el medio ambiente. Ni por el incumplimiento o al menos el serio menoscabo del programa que incentiva de sustitución de los cultivos de coca incluidos en los acuerdos de paz con las Farc. Ni tampoco por el decreto que ahora obliga a perseguir a los consumidores habituales.

Yo no quiero quedarme criticando estas funestas decisiones porque lo que de verdad quiero es criticar el motivo de las mismas que no es otro que la siniestra guerra contra las drogas. Esa guerra, irracional donde las haya, que como he dicho repetidas veces aquí nunca se podrá ganar porque es una guerra diseñada para retroalimentarse, o sea, para perpetuarse. Porque si no es así cómo carajos se explica que una guerra declarada por el presidente Richard Nixon el 17 de julio de 1971 -es decir hace ¡48 años!- todavía siga tan campante.

Hace poco el Ministerio de Defensa de Colombia informó que se están cultivando en el país 180.000 hectáreas de coca, 54 mil hectáreas más que las que se cultivaban el año pasado cuando la producción de cocaína se estimó en 1400 toneladas. Repito: 1400 toneladas, producidas después de habernos gastado cientos de millones de dólares en perseguir los cultivos de coca, de haber destruido a los legendarios carteles de Cali y de Medellín, de haber llenado las cárceles y los penales de narcotraficantes de todos los colores, tamaños y pelambres y de haber padecido los incontables horrores de una guerra que no parecía tener fin entre otras cosas porque la alimentaban los dineros calientes de la coca.

Repito, después de tantísimos años de “sangre, sudor y lágrimas”, después de tantos muertos y tantas vidas destrozadas volvemos al punto de partida. No hay derecho. El gobierno no tiene el más mínimo derecho a exigirnos que continuemos en esta guerra estéril, en esta guerra que no nos trae ningún beneficio y que solo beneficia a los narcotraficantes y acaso a la DEA cuyos abultados presupuestos dependen de su perpetuación.

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