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El encierro de Beuys

Una vez el artista alemán Joseph Beuys se encerró con un coyote en una habitación cerrada durante tres días.

30 de abril de 2020 Por: Carlos Jiménez

Una vez el artista alemán Joseph Beuys se encerró con un coyote en una habitación cerrada durante tres días. Quería demostrar su amor por América y su deseo de que América lo amara a él como él la amaba, estableciendo un diálogo sin mediaciones con un animal salvaje que para Beuys encarnaba de manera ejemplar el espíritu de nuestro desaforado continente. Un animal que había sido perseguido y estaba tan marginado como lo habían sido y lo siguen siendo los pueblos y las tribus indias que lo veneraban en la América de entonces y en la de ahora.

Para cumplir su propósito tomó en Dusseldorf un vuelo a Nueva York y cuando llegó allí le envolvieron en manta de fieltro, lo acostaron en una camilla y lo metieron en la ambulancia que lo llevó a la galería René Block, donde habían habilitado un espacio para que se encerrara con el coyote. Aparte de la manta de fieltro, llevaba consigo un bastón, una linterna, una botella y su hábito o uniforme: sombrero, chaleco de pescador, pantalones y botas negras. Luego el personal de la galería le dio el sulfuro que espolvoreó de manera ritual, y cada día le entregó un ejemplar de la edición correspondiente del diario The Wall Street Journal, que leyó al coyote para poner en evidencia la inconmensurabilidad entre el mundo del coyote y el de las altas finanzas.

El coyote al principio se mostró agresivo e incluso le atacó varias veces. Después, comprobando que Beuys no tenía intenciones agresivas, se calmó y se amigó con él, convirtiendo aquel encierro, que no podía menos que resultarle forzado, en amable convivencia. En la inevitable complicidad entre dos confinados.

La acción se realizó en enero de 1974, se llamó I love America, America love me y si la traigo a cuento es porque ofrece un valioso ejemplo a seguir hoy, cuando la reaparición en Francia del lobo que se daba extinguido, de ánades en los ahora muy limpios canales de Venecia o de piaras de jabalíes en pueblos de España, nos advierten que no podemos continuar tratando a los animales como enemigos mortales.

Que no podemos seguir destruyendo impunemente los bosques, las selvas, ni contaminando los ríos y los mares que son sus hábitats naturales, ni encerrándolos en los campos de exterminio que alimentan a las industrias cárnicas. Tenemos que asumir que son nuestros semejantes y suscribir el tratado de paz con ellos que Liliana Ossa propuso hace tantos años sin que le hiciéramos caso.

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