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Corrupción en Washington

Siempre sospeché que la corrupción generada por la prohibición de las sustancias psicotrópicas también debía afectar a los Estados Unidos de América.

5 de septiembre de 2019 Por: Vicky Perea García

Siempre sospeché que la corrupción generada por la prohibición de las sustancias psicotrópicas también debía afectar a los Estados Unidos de América. Que allí la carne es igual de débil que la nuestra y por lo tanto susceptible de corromperse ante las ofertas de promover cambios legislativos o de hacer la vista a cambio de jugosas propinas. Pero la sospecha dejó de serlo cuando me topé con la versión coloreada de Reefer Madness, una película de 1936, titulada en castellano como Locura de la marihuana.

Atraído por su tono camp investigué su historia y descubrí que fue una pieza clave en la estrategia publicitaria destinada a demonizar la marihuana y conseguir su prohibición en beneficio no de la moral o la salud pública sino de unos intereses empresariales contantes y sonantes. En concreto los de estas grandes empresas: la banca Mellon, la química Dupont y la papelera Hearst.

Las tres habían convivido pacíficamente con los tradicionales cultivos de cáñamo y su utilización como materia prima en numerosos productos industriales. Pero la crisis de 1929 y la profunda depresión que trajo consigo rompieron la coexistencia. El mercado se hundió y la competencia entre empresas se convirtió en una lucha a muerte. De allí que las tres descubrieran de repente un interés común: prohibir el cultivo del cáñamo. Mellon porque por sus inversiones en el proyecto de Dupont debía sustituir el cáñamo por el plástico en muchos productos. Como el papel, cuya producción a partir de la pasta de madera quería monopolizar la papelera Hearst, fundada por el abuelo de William Randoph.

Prohibir el cultivo del cáñamo en los Estados Unidos de la época sonaba tan loco como lo fue prohibir la coca entre nosotros. Fue posible gracias a la identificación del cáñamo con la marihuana y a la marihuana como capaz de inducir a la violación, el asesinato o la locura. Los diarios de Hearst cumplieron su parte en la campaña llenando sus páginas con noticias que ‘documentaban’ esta asociación.

La película Reefer Madness se encargó de popularizarla en las salas de cine. Y de convertir esta tramposa asociación en prohibición legal de cultivar cáñamo, se encargó Harry J. Anslinger, el primer zar antidrogas, casado con Marta, la sobrina de Andrew Mellon. Cerrado el círculo todos los beneficios fueron para dichas empresas y los prejuicios para la Tierra que hoy tanto padece por el plástico y la deforestación.

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