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Alejandro Gaviria

Al final del año pasado Alejandro Gaviria publicó una columna en El...

18 de febrero de 2011 Por: Carlos Jiménez

Al final del año pasado Alejandro Gaviria publicó una columna en El Espectador sobre la que hoy quiero volver, porque su actualidad excede la del momento en el que fue escrita. El momento de las lluvias torrenciales, los aludes y las inundaciones que dejaron cientos de miles de damnificados y un magnífico pretexto para que el gobierno de Santos adoptara por la vía urgente medidas legislativas muy polémicas. Y con las que hoy, sin embargo, no voy a polemizar, porque prefiero hacerlo con la forma de pensar de la que esa columna de Gaviria es un ejemplo clarísimo. Una forma de pensar que se presenta a sí misma como racional, objetiva e incluso científica y que tiene una confianza en sí misma tan exorbitada, que no vacila en tildar a quienes no la comparten de “supersticiosos”. Y no exagero. La columna del actual decano de economía de la Universidad de los Andes se titulaba precisamente así, Supersticiosos, porque estaba dedicada a combatir a quienes defienden esa “superchería que asocia, de inmediato, las fallas de la sociedad con las tragedias humanas”; que esto último es lo que han causado -según nuestro economista desdoblado en periodista lírico- las inundaciones y los aludes antes mencionados. Yo no sé exactamente cuál es la concepción de sociedad que tiene Gaviria, pero en cambio sí estoy seguro de que la misma, aunque se pretenda científica, es de tal clase que le permite descartar con toda la tranquilidad del mundo que “los asentamientos en las laderas de las montañas y las riberas de los ríos” -que hasta el más despistado consideraría fenómenos sociales- puedan ser considerados “fallas de la sociedad”. En realidad -explica el decano con el saber de Perogrullo- lo que son es “parte de este país”. Un país que tampoco sería entonces una “sociedad”, a despecho de lo que piensen y sigan pensando y escribiendo tantos sociólogos de éste y de otros muchos países. Y en el que evidentemente hay demasiada gente dispuesta a aprobar sin el menor asomo de crítica la profecía de este desdeñoso profeta andino: esos asentamientos “no son nuevos ni van a desaparecer”. O por lo menos no lo harán mientras sigan al mando de nuestro país los que piensan que el hecho de que tantos millones de compatriotas se vean obligados a construir sus ranchos miserables en las zonas más expuestas a la catástrofe es un hecho natural y no una falla de nuestra sociedad. Algo que siempre pasó y que seguirá pasando. Ad aeternum.

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