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¿Una tragedia evitable?

Si un suicida está dispuesto a quitarse la vida no hay un...

10 de abril de 2015 Por: Carlos E. Climent

Si un suicida está dispuesto a quitarse la vida no hay un método infalible que permita predecir la conducta mortal. ¿Cuántos pacientes salieron del consultorio de los mejores profesionales del comportamiento, donde negaron ideas suicidas, para proceder en las horas siguientes a descerrajarse un tiro en la cabeza o lanzarse desde la terraza de un edificio?Si a tal patología se le añaden elementos antisociales o psicóticos encubiertos, la dificultad para predecir el desenlace fatal es aún mayor. La razón es la enorme habilidad de estos enfermos para ocultar sus intenciones.El copiloto que decidió estrellar el avión en los Alpes franceses sufría de una patología mental que iba mucho más allá de una simple depresión. Nunca se sabrá con certeza, pero los datos fragmentarios que se tienen permiten sospechar que se trataba de alguien con un trastorno de personalidad antisocial, que venía incubando una psicosis con un plan delirante secreto de mucho tiempo atrás.Este conjunto de circunstancias emocionales son difíciles de identificar por las evaluaciones tradicionales. Este enfermo había dejado muchos cabos sueltos, que nadie se encargó de unir, entre otros el comentario que le hiciera a su novia: “Un día haré algo y entonces todos conocerán mi nombre”. Una evidencia de grave patología mental que unida a otras hubiera podido dar pie a una mejor evaluación del estado mental.De allí en adelante, sólo era cuestión de esperar su oportunidad, algo que ocurrió al quedar al mando de la aeronave y ejecutar su plan delirante de inmortalizarse quitándose la vida y asesinando a 149 inocentes.El problema de las evaluaciones tradicionales es que se limitan a la administración de cuestionarios o la realización de entrevistas que buscan, en el mejor de los casos, fluctuaciones en el estado de ánimo, depresión e ideas suicidas. Y eso no basta.Lo que se requiere es disponer de una información personal más completa sobre aquellas personas en posiciones de gran responsabilidad. Ésta no se puede limitar a escuetas e impersonales entrevistas clínicas hechas a la carrera, ni a simples cuestionarios que pueden falsearse.Una evaluación completa exige ir a otras fuentes obtenidas a través de visitas domiciliarias que logren documentación más detallada sobre la vida del entrevistado. La revisión del conjunto de datos le permitiría a un comité de expertos determinar si hay fallas en el juicio de la realidad y/o estados delirantes disimulados.Todo lo anterior es gremialmente impopular, va en contra de las leyes de privacidad y plantea una logística compleja y costosa frente a la insignificancia estadística de estos eventos.Pero el mal ejemplo cunde. Ante los aterradores hechos recientes, que desnudan graves falencias y estimulan a otros “locos lúcidos” a inmortalizarse, hay que mejorar los protocolos de evaluación psicológica de funcionarios que tienen en sus manos a otras personas. Si no se evitan nuevas tragedias, al menos queda la tranquilidad de conciencia de haber obrado más responsablemente.

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