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Tolerancia cero a las conductas antisociales

El abuso de los derechos del otro en sus distintos matices profundiza el caos en el que se debate la sociedad contemporánea.

15 de febrero de 2020 Por: Carlos E. Climent

Reconocer el abuso es el primer paso para ilustrarse sobre lo que se puede hacer para evitarlo, ya que muchas veces la persona permite circunstancias injustas porque no las consideran como tales. El objetivo de este, y otros escritos es ilustrar a los lectores sobre las posibles acciones que se pueden realizar para luchar contra las variadísimas conductas abusivas (antisociales o sociopáticas) que invaden disimuladamente las vidas de muchas personas.

El Estado ha demostrado una gran incapacidad para combatir las formas más aberrantes de estas conductas, representada en la plaga mayor del siglo XXI, la corrupción desbordada de niveles históricos. Por tanto no hay esperanza de que pueda, o quiera, controlar los abusos cotidianos, mal llamados “menores”. La disculpa es que no alcanzan a configurar delitos penales, lo cual deja su control en manos de los ciudadanos del común.

A manera de introducción es preciso distinguir tres niveles de conductas antisociales: la corrupción, la violación de los derechos ciudadanos y las conductas antisociales cotidianas aparentemente inocuas.

En Colombia el término corrupción perdió su significado al convertirse en la regla. Los asesinos más espantosos son motivo de consideraciones otrora inimaginables. Los contratos públicos y privados que no están tocados por las coimas son una rareza. Un ejemplo aterrador de corrupción es el de la violación sexual de niños y niñas que aumenta año tras año ante la mirada indiferente de un Estado y una sociedad permisivos y ante la inoperancia de una justicia inmoral y obscena, responsable de que la impunidad al respecto de estos crímenes esté rondando el 100%.

La violación de los derechos ciudadanos ha llegado a límites aberrantes en los que el ventajismo y el desprecio por los derechos del otro son también la regla, no la excepción. Delitos que se supone deberían ser puestos en cintura por el código de policía que también se quedó corto para controlar estas trasgresiones. Unos pocos ejemplos cotidianos “menores” ilustran el tema: las fiestas ruidosas hasta altas horas de la madrugada que perturban a todos a los vecinos, la violación sistemática de las normas del tránsito y la absoluta ingobernabilidad de las motos, etcétera, etcétera.

Al respecto del control por parte de las autoridades de estas dos primeras plagas, claramente inscritas dentro de lo penal, veremos que puede hacer el Estado hasta ahora tan ineficiente para su control. A los ciudadanos del común les queda, además de expresar el más vehemente rechazo frente a estos delitos, guardar la esperanza de que los nuevos líderes se comprometan a realizar planes efectivos y equilibrados.

Pero la más efectiva contribución está representada en el rechazo a título personal de las conductas abusivas cotidianas, por pequeñas que parezcan, sobre las que se podría actuar si se las reconoce. Un abrebocas del tema fue presentado la semana anterior al respecto de la necesidad de que todos exijamos que se respete el turno en una fila.

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