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La superación de la desesperanza

La esperanza renace cuando cada ciudadano se opone a lo torcido con criterios firmes.

20 de mayo de 2018 Por: Carlos E. Climent

De un tiempo para acá muchos pacientes me consultan por una desazón que no se puede diagnosticar como depresión porque tiene que ver con el temor sobre el futuro del país.

Sin pretender pontificar sobre las complejas situaciones políticas que escucho como parte de la historia clínica, queda claro que los miedos que expresan estas personas representan sondeos, informes, mensajes o incluso rumores mal validados. Pero que han hecho carrera en los medios de comunicación gracias a que se repiten una y otra vez hasta terminar convertidos en “verdades” incontrovertibles, es decir en dogmas de fe. Muchas veces son el producto de noticias que se transmiten, se masifican y se convierten en “la opinión pública”. Y tales “verdades” se constituyen en un enorme lastre porque influencian de manera determinante el pensamiento y las emociones de las personas.

Una vez superado el temor que nace de la publicidad sobre hipotéticas situaciones que han sido cuidadosamente elaboradas para hacerlas lucir como convincentes, lo que realmente queda al final del análisis es la sensación íntima de que hay muy pocos líderes confiables.

El problema no es nacional. En todo el mundo predomina la mentira; no es sino ver cómo globalmente los más grandes mentirosos se han hecho al poder. En suma, es la degradación de la verdad, la pérdida de la importancia de los valores fundamentales y la ausencia de auténticos líderes de la ética.

Lo que se requiere, como lo plantea el Centro de Ética y Trasformación de Valores Dalai Lama del Instituto Tecnológico de Massachusetts (M.I.T.) es entender que se trata de una labor de todos. Cada persona debe actuar desde la perspectiva de su propio quehacer cotidiano para definir la manera de promover los valores en la sociedad, trasmitir empatía, compasión y confianza y así llegar a solucionar el déficit de liderazgo en valores y promover el pensamiento crítico.

La pregunta es: ¿Cómo traducir estas acciones en herramientas que puedan utilizar las personas para empezar a darle importancia a la honestidad como principio fundamental y combatir la naturalidad con la que se acepta la indiferencia frente a lo torcido?

Una forma de hacerlo es combatir la enorme tolerancia de la población general a las conductas antisociales cotidianas que va en un crescendo desde las pequeñas violaciones de las normas, pasando por la hipocresía, el soborno, los atajos, la mentira, el uso de las influencias para ventajear, la manipulación y el desprecio por los débiles, hasta la impunidad cuando es protagonizada por el poderoso. Factores, todos ellos, que terminan constituyéndose en el germen de la corrupción y el abuso infantil.

En lo personal se trata de elegir a los seres responsables, consecuentes y honestos, sobre los seductores que siempre terminan manipulando, unas veces con suaves modales, otras utilizando la intimidación. Y de oponerse a la avalancha de lo irregular, pues así parezca una acción inútil, es el granito de arena que los ciudadanos de bien tienen a su disposición para superar la desesperanza.

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