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La delgada línea de los opioides para el dolor

El médico tiene que buscar un balance entre el manejo adecuado del dolor y el riesgo de crear una dependencia

20 de marzo de 2022 Por: Vicky Perea García



El dolor, de cualquier origen, es una de las causas más comunes de consulta a los servicios médicos. Es una realidad inocultable para la cual se han desarrollado analgésicos cada vez más potentes.

Para los dolores de baja intensidad se utilizan los analgésicos aparentemente inocuos como la aspirina y el acetaminofeno. Para dolores de mediana intensidad se suelen usar los antinflamatorios no esteroideos como el ibuprofeno o el diclofenaco. Todos se expenden libremente y pueden generar dependencia, así el riesgo de adicción no sea reconocido.

Para los dolores más severos suele ser necesario recurrir a los opioides (por ejemplo, oxicodona, hidroconona y tramadol), que constituyen, con la morfina, un opiáceo, el conjunto de analgésicos más efectivos para combatir el dolor severo que otros analgésicos no han podido controlar. Si bien son los analgésicos más potentes, son también los más temibles por su enorme capacidad adictiva. Quien los utiliza por unos pocos días, tenga o no una personalidad adictiva, puede quedar enganchado en un proceso de dependencia difícil de erradicar.

Los opioides se utilizan en casos muy severos de dolor que no han cedido a otras alternativas. Es el caso de los enfermos terminales o con formas avanzadas de cáncer (en cuyos casos se debe, incluso, considerar la morfina). En estos pacientes, el uso de opioides suele ser recomendable y la preocupación de generar una adicción pasa a un segundo plano.
Al no existir controles muy efectivos, mucha gente que no tiene ninguna razón para usar opioides termina usándolos para cualquier dolor, con serias consecuencias. La historia reciente muestra como la ambición sin límites (de ciertas empresas farmacéuticas) sumada a la conducta inmoral de funcionarios gubernamentales, jueces y médicos, se confabulan para ocultar el riesgo de la adicción. Concretamente sobre la oxicodona (Oxycontin) existe una historia impresionante, narrada en forma magistral por Patrick Radden Keefe en “El imperio del dolor”. El Oxycontin fue inicialmente fabricado por Purdue Pharmaceutical, de propiedad de la familia Sackler, quien por dos décadas logró mantener la patente exclusiva y se dedicó a explotarlo promocionándolo como la panacea inofensiva para cualquier dolor. Gracias a sus agresivas campañas publicitarias perversamente maquilladas y su enorme poder para comprar conciencias, extendió su uso a cualquier tipo de dolor. Con esa estrategia, no solo amasó una enorme fortuna, sino que dejó cerca de un millón de muertes y creó una dependencia en millones de personas con los argumentos de su gran capacidad analgésica (que era cierta) y el hecho de que “solamente era adictiva en personalidades adictas” (lo cual era falso). La familia Sackler perdió varios pleitos, pero gracias a la habilidad de sus abogados se declaró en quiebra y terminó quedándose con la mayor parte de su riqueza intacta.

La oxicodona se sigue vendiendo en el mundo entero y es fundamental para el control del dolor, pero se debe utilizar siguiendo unas guías precisas para evitar las tragedias que pueden surgir por su dependencia. Tales guías serán discutidas en una próxima columna.

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