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PANDEMIA

El impacto emocional de la pandemia

Lo importante es acompañar con optimismo a los más desvalidos.

9 de mayo de 2020 Por: Carlos E. Climent

El poder de la palabra es brutal. Y en tiempos convulsionados, cuando todo el mundo está llegando al límite de su tolerancia para las malas noticias, no necesitamos a nadie que armado de micrófono, periódico o Whatsapp nos acribille con pesimismo sobre la pandemia.

Con relación a esta virosis nadie sabe nada con certeza: ni cómo se la trata, ni su mortalidad, ni mucho menos, qué nos depara el destino. Lo único cierto, es que nos toca cuidarnos. Por esta razón no sirve ningún propósito lanzar hipótesis sobre el futuro apocalíptico que nos espera con esta pesadilla.

Las personas están ávidas de información por lo tanto todos los que tenemos la función de comunicar, debemos tener mucho cuidado no solo con respecto al contenido, sino con relación a la forma como fraseamos nuestros comentarios, pues la gente sometida al tirano invisible se cree todo (o casi todo) lo que le dicen.

Para el manejo de la crisis actual es preciso que todos los comunicadores hagamos un esfuerzo para centrarnos en lo que sirve para mitigar el sufrimiento, transmitiendo mensajes positivos, constructivos y bien documentados, que le aseguren a la gente que esta crisis, por dura que sea, se va a terminar en algún momento. Y se ahorren sus presagios oscuros si no tienen algo tranquilizador para decir.

Los mensajes deben ser apropiados y comprensibles para la población a la cual están dirigidos y deben ir más allá del discurso, las estadísticas y las conclusiones sin verificación. Pues, se quiera o no, cada comentario negativo puede tener un impacto profundo en el estado de salud y determina que las personas se desmoralicen.

Si alguien en posición de poder dice, por ejemplo, que no hay cura para esta enfermedad, la reacción de angustia no se hace esperar. Por otro lado, si se anuncia con gran certeza que ya se descubrió el remedio o la vacuna, esto eleva las expectativas momentáneamente, a lo que sigue invariablemente la desilusión. En ambos casos el puntillazo es la desesperanza.

Mi recomendación desde hace mucho tiempo es no ver noticieros por la noche porque producen insomnio. Hoy la extendería a cualquier hora, porque la tendencia de muchos comunicadores es a preferir lo mediático y a presentar las informaciones indiscriminadamente a manera de “chiva de última hora”, sin tener en cuenta el grave impacto emocional que tiene en una audiencia solitaria, frágil y asustada.

En vez de transmitir noticias preocupantes, se podría emplear la energía en identificar a la persona que se encuentra aislada en su hogar, para preguntarle cómo está manejando su cotidianidad y brindarle ayuda y estímulo. Eso es convertirse en alguien que apoya, no en alguien que inquieta, y en ser el vínculo con el mundo exterior para quien esa voz de aliento, es la única oportunidad en todo el día en que sonó su teléfono.

Nota: Los mayores de 70 años sanos, autónomos y activos (“abuelitos” según el ridículo y discriminante diminutivo de moda) no son el problema. Y no van a colapsar las unidades de cuidado intensivo de los hospitales porque son los que mejor se saben cuidar.

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