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Cuando el miedo alimenta la polarización

Las posiciones radicales, azuzadas por el miedo, pueden llevar la nación al desastre

20 de agosto de 2017 Por: Carlos E. Climent

La inmensa mayoría de las personas que toman partido por una u otra posición política (en ambos lados) está compuesta por personas bien intencionadas que quieren lo mejor para el país. Pero su convicción en el ideario que defienden nace de la necesidad de asegurarse un futuro estable.

Viendo el proceso destructivo de radicalización en la que está atascado el país por cuenta de las diferencias de opinión sobre los acuerdos de paz, es necesario entender cuáles son los factores psicológicos más determinantes en juego.

La radicalización no es exclusiva de Colombia  pues ha sido la norma en muchos países a través de los  tiempos. Si bien el tema básico de las polarizaciones políticas suele tener relación con las diferencias entre la derecha y la izquierda, las razones emocionales son las que de manera más efectiva agravan el distanciamiento entre las partes.

No infrecuentemente lo que lleva a acoger distintos puntos de vista es la simpatía por un líder o la antipatía por el otro. Estos son componentes emocionales que llevan a conclusiones subjetivas, especialmente cuando las personas no conocen a fondo las tesis que tan apasionadamente defienden.

En el caso colombiano, los más honestos de lado y lado aceptan no haber estudiado en profundidad los acuerdos y confiesan que sus preferencias son por el candidato que les alivia el miedo. Este subjetivo estado de cosas ha llevado la discusión a un terreno totalmente irracional, en el cual los argumentos se aceptan como dogmas de fe o se rechazan sin bases pero con vehemencia. Frente a una presentación de controvertidos temas políticos tanto liberales como conservadores responden emocionalmente de maneras muy distintas.

Tradicionalmente la derecha defiende el “status quo”, el poder, la autoridad, la seguridad, la religión y la tradición. La izquierda, por regla general apoya la diversidad y los cambios sociales.

En suma, la hipersensibilidad de la gente de izquierda o derecha acerca de puntos conflictivos tiene más que ver con sus propios miedos, que con la política misma. Sin descartar por supuesto a ese porcentaje de extremistas (por fortuna mínimo), de lado y lado, a quienes no hay manera de convencer con ningún argumento.

Una vez que los ciudadanos razonables de ambos lados acepten que la intensidad de sus desacuerdos tiene más que ver con sus propios miedos que con un verdadero conocimiento sobre lo que están defendiendo, estarán listos a reconocer su saturación en una discusión en la que cada vez menos gente cree. Simplemente porque el proceso de paz, por imperfecto que sea no tiene reversa, y porque sus detractores aburrieron a la gente con su “disco rayado”.

Así las cosas, las mayorías saturadas por una contienda que no va para ningún lado, rechazarán los intentos personalistas de los manipuladores de siempre y se decidirán por aquél que no se haya dejado manosear. El ungido será alguien capaz de aliviar el miedo y los rencores entre hermanos y acercar posiciones antagónicas para evitar que el país caiga en el abismo de la destrucción.

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