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Si no se usa, se pierde

Son pocos quienes quieren asumir el reto de leer un libro que les exija, pero, además, no comprenden lo leído.

14 de febrero de 2019 Por: Carlina Toledo Patterson

A la casa de mi hermana llegan todos los días de la vida paquetes, casi siempre los lleva el camión de la sonrisa. Con frecuencia soy testigo del proceso de apertura de esos paquetes y no veo sino dicha en la cara de quien lo hace. He llegado a pensar que en esa casa piden más por ese placer que por la necesidad de tener lo recibido. Entre otras, ser mensajeros de ese placer evidentemente debe ser parte del éxito de Amazon.

Pues esta semana lo viví yo. Pedí un libro, llegó el camión de la sonrisa y dejó el paquete en la puerta de la casa en cuestión. Al llegar del trabajo vi mi paquete en la cama y claro, comenzó la ceremonia de apertura.
Lo mejor en este caso fue que el paquete sí contenía una necesidad y al tenerlo en mis manos hice lo que hacemos la mayoría de los amantes de los libros: olerlo. Todos sabemos que no hay algo igual y ese vínculo afectivo que tenemos con el libro impreso me lleva a mi tema de verdad.

Desde hace muchos años se habla de la importancia de comenzar el aprendizaje desde la primera infancia, reforzando las conexiones neurológicas que los niños hacen al trazar sobre papel. También se dice que mientras más tiempo duren aprendiendo y leyendo sobre impreso mejor.

Maryanne Wolf es una activista de la lectura infantil, dirige el centro para la dislexia, la diversidad de aprendizaje y la justicia social de Ucla.
Ella es autora de varios libros al respecto, el más reciente de ellos Reader, Come Home: The Reading Brain in a Digital World (Lector vuelve a casa: el cerebro lector en un mundo digital). Su teoría es que la sobreexposición a información ha conducido a un tipo nuevo de lector que se llama skim reader (yo lo traduzco: lector por encimita), que se caracteriza por leer en un patrón de F o Z, en el cual se lee la primera frase y de ahí en adelante solo se extraen palabras clave del texto.

La conclusión de Wolf es que cuando el cerebro hace skim reading, se reduce el tiempo invertido en procesos de lectura profunda y alguna de las consecuencias es que “no se destina tiempo a la comprensión de complejidad, a los sentimiento de otros, a percibir la belleza y a crear pensamientos propios”. Los daños colaterales tienen un efecto tanto en la vida intelectual como en la afectiva porque “reducen la habilidad de análisis crítico, razonamiento, inferencia, perspectiva y la habilidad de interiorizar conocimiento, generar insights y establecer empatía”.

Según Wolf, la neurociencia ha establecido que llegar a lo que somos hoy en día, alfabetizados y profundos, nos tomó más de seis mil años. Todo eso lo estamos desaprendiendo desde que comenzó la era digital.
Claramente no se trata de blanco o negro, bueno o malo, pero en el proceso disruptivo de crear una nueva manera de vivir la vida nos hemos vuelto facilistas. Son pocos quienes quieren asumir el reto de leer un libro que les exija, pero, además, no comprenden lo leído. Esto es doloroso en el sentido que un texto como El Quijote se convertirá en un recuerdo, pero es grave cuando se traslada al plano laboral: textos de medicina, la constitución, contratos, proyectos de ley que cambian vidas, y podría seguir el día entero.

Wolf dice que debemos crear un cerebro bi-literal, es decir uno que pueda trabajar de una manera profunda también sobre lo digital. En últimas, la decisión de usar el cerebrito que tenemos para no perderlo es nuestra.

Sigue en Twitter @CarlinaToledoP