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México, triste

El lunes en el transporte público de México viajaban solo hombres, en las aulas de clase había solo hombres y en las oficinas y fábricas eran los hombres quienes tecleaban en sus computadores o ponían en movimiento las máquinas.

12 de marzo de 2020 Por: Carlina Toledo Patterson

El lunes en el transporte público de México viajaban solo hombres, en las aulas de clase había solo hombres y en las oficinas y fábricas eran los hombres quienes tecleaban en sus computadores o ponían en movimiento las máquinas. A la calle salieron pocas, muy pocas mujeres.

Exactamente un día después de celebrarse el Día Internacional de la Mujer, las mujeres mexicanas decidieron manifestarse a través de #UnDiaSinNosotras, un paro nacional en el que proponían que no hubiera “ni una mujer en las calles; ni una mujer en los trabajos; ni una niña en las escuelas; ni una joven en las universidades y ni una mujer comprando”.

Con este paro las mexicanas buscaban visibilizar la importancia -para el aparato productivo y la sociedad- de quienes representan el 51% de la población y así exigir que se detenga la violencia y discriminación en su contra.

Lo lograron. Según cifras que publica Telemundo, #UnDiaSinNosotras tuvo un impacto de cerca de 300 millones de dólares en la economía mexicana. Por otra parte, un transeúnte dijo “De verdad no están aquí”. Sí que me hubiera gustado ver eso en vivo y saber cómo se sentía un mundo sin mujeres.

La ira generalizada de las mujeres en México tiene su fundamento porque llevamos años oyendo que las asesinan a lo largo y ancho del país. De hecho, al día asesinan a 10. Las cifras oficiales hablan de 1000 feminicidios en 2019, pero en realidad fueron 4000 asesinatos que por una razón u otra no se clasifican como feminicidios. De razón temen salir de sus casas, aunque a muchas las matan dentro de ellas.

A Ingrid Escamilla por ejemplo. Después de una discusión con Erick Francisco Robledo, su pareja, él la acuchilló, la desolló y la mutiló. Pedazos de Ingrid fueron encontrados en un desagüe. Dicen los vecinos que era común escuchar gritos desde la habitación que tenían alquilada, que Erick Francisco tenía un acuerdo con el conserje para no dejar pasar a nadie a visitarla y que ella ya poco salía a la calle. En una ocasión Ingrid ya lo había denunciado por violencia intrafamiliar.

Por otra parte a Fátima Cecilia Aldrighett, una pequeñita, se la llevaron del colegio, abusaron de ella sexualmente, la torturaron y asesinaron y su cuerpo apareció envuelto entre un costal y una bolsa plástica.

Son dos caras de un mismo problema. Por un lado el machismo que está tan arraigado en la cultura mexicana como la tortilla, y por el otro, la falta de protección a niñas y adolescentes y la poca atención que se da a sus derechos más fundamentales. Ambos aspectos muestran la vulnerabilidad de la mujer en México y cómo el cambio se va a demorar mucho tiempo porque entre otras implica un cambio cultural y voluntad política.

Pero en Colombia no estamos tan lejos de eso. Estoy segura que mientras leen esto se acordarán de Yuliana Samboní y Rosa Elvira Cely, entre miles de otras niñas y mujeres que sufren a diario en nuestro país los mismos vejámenes y horrores que Ingrid y Fátima. Eso y más pasa aquí, y si acaso hay un ligero revuelo en medios y una que otra protesta tímida.

El machismo claramente no se acaba de un día para otro y mucho menos si no hay una sociedad que lo empuje y lo censure. Y los enfermos sexuales seguirán haciendo de las suyas mientras que no haya una manifestación clara de los ciudadanos en contra de esos crímenes y una justicia fuerte que condene debidamente a los victimarios.

La verdad es que manifiesto toda mi admiración por las mujeres mexicanas. Pueda que no hayan logrado cambiar nada en un día, pero se hicieron sentir y así es como las sociedades van despertando.

Sigue en Twitter @CarlinaToledoP