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Mesa para cero, por favor

Lo que más extraño de la vida normal es ir a un restaurante. No a uno en particular, sino la experiencia como tal de estar en un lugar de ambiente agradable.

2 de julio de 2020 Por: Carlina Toledo Patterson

Lo que más extraño de la vida normal es ir a un restaurante. No a uno en particular, sino la experiencia como tal de estar en un lugar de ambiente agradable, que ofrezca buena comida, buena bebida, buena música y la oportunidad de sentarse a observar a otras personas.

El diccionario de la Real Academia Española define restaurante como un “establecimiento público donde se sirven comidas y bebidas, mediante precio, para ser consumidas en el mismo local”. Y sí, eso es claramente un restaurante, pero al entrar en esa misma definición las fondas, corrientazos, cafeterías piqueteaderos y otros lugares públicos, quiero hacer una ligera distinción muy personal.

Para mí un restaurante de verdad verdad es un lugar en el cual me sienta tan cómoda que puedo ir acompañada únicamente de un libro. También donde vaya con un grupo de personas y me sienta como en mi casa. Al cual también pueda ir por ejemplo con mi hijo menor de edad a sentarme en la barra y mientras él toma limonada y yo ginebra, los dos podamos observar gente y especular sobre cuál es su historia de vida. Donde coma lo que no preparo en casa normalmente y tampoco voy a preparar nunca por su complejidad y por supuesto, donde la música no me espante, sino que me den ganas de quedarme la noche entera.

De ahí que evidentemente tenga mis restaurantes favoritos y me ha dolido muchísimo saber que en Colombia algunos de ellos están cerrando porque ya no aguantan más la falta de ingresos. Y es que claramente a punta de domicilios es muy complejo pagar obligaciones laborales, servicios y arriendos, como lo afirmó Jorge Rausch la semana pasada cuando anunció el cierre de cinco de sus restaurantes. El famoso chef Harry Sasson afirmó por su parte al anunciar el cierre del icónico Balzac que “nadie vende en domicilios más del 10 por ciento de sus ventas”. Así, ni modo.

Lo triste es que muchos de esos restaurantes que han cerrado, seguramente no volverán. Dave Chang, el dueño de Momofuku, una extensa cadena de restaurantes, decía hace unos días en su podcast The Dave Chang Show, que después de haber tenido que cerrar varios de sus establecimientos, “el futuro post covid de Momofuku no incluye crecer, sino consolidarse y comprimirse. No podemos volver a ser así de vulnerables nunca más”.

El Grupo Momofuku tiene en línea un manual de salud y seguridad en restaurantes que comparte con toda la industria. En él básicamente replantean la experiencia del comensal y cómo el sector tiene la obligación de garantizar la seguridad de clientes, empleados, proveedores y todas las personas involucradas en su cadena de servicios.

Al leer el manual recuerdo lo básico del virus Covid-19: lo fácil que se contagia por solo tener contacto con una persona o superficie infectada; la necesidad del lavado frecuente de manos y cuándo y cómo una persona que trabaja en restaurantes debe hacerlo; la prohibición de contacto físico; la distancia social; el uso de tapabocas y máscaras; la toma de temperatura; el espacio que debe haber entre mesas, las recomendaciones de forma de pago y hay un gran etcétera.

El solo pensar en todo lo anterior me quita las ganas de volver a un restaurante en mucho, muchísimo tiempo. Uno, por el riesgo personal que se corre al ir a un sitio público. Dos, porque ¿quién garantiza que los protocolos sí se estén siguiendo en los restaurantes? Tres, porque ante tanto complique y restricciones, lo agradable e íntimo de la experiencia de un restaurante se perdió y claramente donde mejor estoy es en mi casa y mi cocina.

Sigue en Twitter @CarlinaToledoP