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Calles, plazas, edificios y patios poco han cambiado en milenios. Lo único...

11 de noviembre de 2010 Por: Benjamin Barney Caldas

Calles, plazas, edificios y patios poco han cambiado en milenios. Lo único nuevo en las ciudades actuales, aparte de nuevas tecnologías y funciones y de las formas que de ellas se derivaron de la mano de la evolución del arte, y de la energía, gas, agua, alcantarillado y teléfonos domiciliarios y metros que no se ven, ha sido la intromisión de postes, motos, carros y buses en las calles, aparatosos cruces a niveles, edificios altos invasores de la privacidad de los patios y que tapan el paisaje, rascacielos sólo explicables por codiciosos, parques que en Colombia reemplazaron a las plazas en lugar de complementarlas, y zonas verdes que se idearon para recordar la naturaleza, que solía rodear las ciudades, cuando éstas crecieron tanto que la olvidaron. Ni siquiera la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia, por ser diseñada por Óscar Niemeyer con formas modernas, deja de ser una plaza como lo es la Plaza Mayor de Villa de Leyva, la más imponente del país, ligeramente romboidal e inclinada, como fue la de Caicedo en Cali, convertida en parque ya va para un siglo. Los que creyeron que dinamitar esos edificios al lado del CAM, que nunca han debido ser desocupados, fue dar paso a la modernidad, no saben que precisamente eran construcciones modernas y de alguna calidad, ni que lo que se quiere hacer no es propiamente una plaza ‘moderna’ sino una especie de parque temático. Aunque abandonados vergonzosamente por el Municipio durante años, que los adquirió con dinero de los contribuyentes, eran fácilmente recuperables reforzando su estructura para cumplir con los estándares y normas actuales, como se ha hecho con varios del Centro, la Terminal de transportes y el Aeropuerto. No es nada sostenible destruir lo que existe para volver a construir casi lo mismo, no sólo por lo ya invertido en dinero, materiales, trabajo y energía, si no por la memoria que los ciudadanos ya tienen de lugares muy concurridos, lo que es definitivo para su identidad con su ciudad. Por ejemplo Los Turcos, con más de medio siglo allí, ya no volverían pues quién sabe cuántos años más va a durar la destrucción de esa manzana iniciada hace tanto tiempo. La demolición, en el área de influencia de bienes de interés patrimonial, sin haber pasado el proyecto por el Consejo Departamental de Patrimonio Cultural, como ya se había requerido a la Administración Municipal, es ilegal y un atropello, como lo es cobrar valorización por una obra cuyo lote no se ha terminado de comprar y sin un proyecto terminado y aprobado. En Bogotá ya se sabe que hacer inversiones superfluas despilfarrando el erario es una de las estrategias de la corrupción en la adjudicación de contratos de obra pública, pero aquí seguimos obnubilados por tres conceptos que no entendemos: progreso, desarrollo y modernidad, que desde los Juegos Panamericanos de 1971 consisten más en demoler edificios ‘viejos’ que en hacer ‘nuevos’ que se agreguen a los existentes terminando de conformar la ciudad, sólo que ahora es con el espectáculo del trinitrotolueno. Y el haber el Consejo Municipal aplazado la fecha límite del inicio obligatorio de las megaobras le dejó al próximo alcalde la pena de tener que devolver con intereses lo ya pagado, quebrando la ciudad.

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