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No soñar cuesta

El conocimiento del pasado, y no apenas del presente, que el ser humano transmite creando expectativas para el futuro, lo distingue de los animales.

20 de julio de 2017 Por: Benjamin Barney Caldas

El conocimiento del pasado, y no apenas del presente, que el ser humano transmite creando expectativas para el futuro, lo distingue de los animales. Este ser autoconsciente (Popper y Eccles, El yo y su cerebro, 1977), conforma poco a poco costumbres, símbolos y mitos. Las primeras generan tradiciones y hábitos, los segundos gustos y artesanías que alimentan el arte, y los últimos tabúes y religiones que finalmente generan la ley para organizar la vida, la historia para recordarla y la filosofía para pensarla, que, para explicarla, se transforma en ciencia, la que permite dialogar civilizadamente con hechos y no con prejuicios (Carl Sagan, El mundo y sus demonios, 1995).

De la guerra por el poder deriva el deporte que, con el arte, terminó en sólo un espectáculo que regresa a la violencia con cada ‘barra brava’. Y como decía Mahatma Gandhi “nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible” (Arquifrases.com), y aunque no se puede generalizar casi de nada, cabe preguntar si es posible que los de una subversión que, cada vez más narcotraficantes, tanto daño le han hecho al país, ahora le vayan a hacer bien en la política, cada vez más corrupta. Porque, al contrarío de Maduro, Pepe Mujica, una sola persona, es una ejemplar excepción, y “políticamente incorrecto” como lo define su biógrafo Sergio Israel.

Y hoy lo que hay es mucho de todo: muchas bombas atómicas, muchos trastornos climáticos, mucha gente consumiendo y contaminando cada vez más; y cada vez más políticos pero menos política y menos verdaderas polis pues en ellas cada vez hay más arquitectos pero menos arquitectura. Por eso “¿Qué es la arquitectura? y 100 preguntas más” un pequeño libro escrito en 2016 por los arquitectos daneses Rasmus Waern (1961- ) y Gert Wingärdh (1951- ) lo deberían leer todos los ciudadanos para que les ayude a sacar más y mejor provecho de sus ciudades, esos escenarios en el que se pasan la vida juntos, y desde luego sus alcaldes, concejales y funcionarios municipales.

En lugar de izquierda o derecha, arriba o abajo, mirar adelante y pensar cómo salvar la naturaleza. Que la filosofía se base más en la ciencia, como propone Peter Watson (Convergencias, 2016), que el arte reencuentre su rumbo (Avelina Lésper, El fraude del arte contemporáneo, 2015), y poner la técnica en su sitio, incluyendo la arquitectura y las ciudades que conforma. Que la unión libre lo sea para todo tipo de parejas y que puedan adoptar niños, previa comprobación de solvencia ética, educativa, de salud, económica y legal, y lo mismo para los propios. Que se legalicen las drogas, en donde no causen problemas a otros, y el aborto y la muerte digna, solicitada por la persona, o su familia si es el caso pero avalada por un consejo médico.

Que se eliminen las fronteras y la gente “sea” de la ciudad y región en donde habite permanentemente. Que lo público prime sobre lo privado. Que la Justicia sea laica, pronta, impoluta y radical, y se actualice periódicamente. Que el voto sea obligatorio y las mayorías lo sean de verdad y no esa idiotez de la mitad más uno. Que los ciudadanos elijan a sus representantes a los Concejos, las Asambleas y el Congreso, y los distintos gremios y universidades nombren los suyos a cada una de esas instancias, y ya juntos que designen alcaldes, gobernadores y presidente: un gobierno democrático y civil. No soñar sí que cuesta pues se deja también de pensar.

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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