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Modernidad y tradición

En Colombia pasó, y sigue pasando, lo contrario: lo ‘viejo’ se demuele o se deja caer, o se imita con burdos pastiches y, con excepciones como Rogelio Salmona, o en Cali Alfredo Zamorano...

29 de agosto de 2018 Por: Benjamin Barney Caldas

La relación de la modernidad con la tradición en el territorio, la arquitectura y las ciudades, y desde luego en muchos aspectos de la vida en estas, ha sido crucial para su presente y lo debería ser para su futuro, si no se quiere seguir acabando con sus climas, paisajes y modos de vida y civismo.

En este sentido en Colombia, y países vecinos, se deberían conocer y valorar críticamente sus tradiciones, muchas de las cuales las originaron los bereberes en Marruecos y a través de Al Ándalus llegaron al trópico Iberoamericano, en especial al suroccidente colombiano, como se ha insistido en esta columna, donde la influencia hispanomusulmana es palpable en cualquier casa colonial.

En Marruecos no se ven demoliciones ni ‘viejas’ casas abandonadas, y sistemáticamente las nuevas construcciones repiten los volúmenes cúbicos, alturas, cubiertas planas, paramentos, pequeños vanos, patios, vergeles y colores tradicionales, acercándose al falso histórico mas sin caer en él o, como es el caso de la Gran Mezquita de Hassan II en Casablanca (1985-1993), diseñada por el arquitecto francés Michel Pinseau, obligando a pensar más al respecto. Finalmente, su muy acertada arquitectura moderna, al tiempo que se distingue sutilmente como tal, valora las construcciones tradicionales junto a las que se encuentra, o remite a ellas sin equívocos; es de ahora y de antes.

En Colombia pasó, y sigue pasando, lo contrario: lo ‘viejo’ se demuele o se deja caer, o se imita con burdos pastiches y, con excepciones como Rogelio Salmona, o en Cali Alfredo Zamorano, Rodrigo Tascón y algunos más, los arquitectos ‘modernos’ solo repitieron las ‘cajas de zapatos’, como se ha llamado a la vulgarización de la arquitectura moderna en otras partes, y a muchos ahora, que ni siquiera son arquitectos, solo les interesa el espectáculo para descrestar a sus clientes nuevo ricos e ignorantes, y a funcionarios no tan ignorantes como irresponsables, pues qué educa y politiza a la gente: la ciudad y su territorio, y sus arquitecturas vernácula, popular, profesional y culta.

De esta última dice Carlos Martí, hablando del arquitecto Livio Vacchini (Locarno 1933-2007) que “… La novedad o la diversidad de las formas carecen, para él, de todo interés. La búsqueda de la unidad en la que está enfrascado le lleva a valorar, en cambio, la repetición o la trascripción de otras obras, suyas o ajenas, como el único procedimiento posible para generar una obra que sea un eslabón más de una cadena continua; una obra que al mismo tiempo que establezca un vínculo con la tradición sea capaz de renovarla” (Vacchini o la búsqueda de la unidad, DPA, Núm. 23, 2007). Para lo que hay que conocerla críticamente, como Mohammed Tamim (Casablanca, 1958- ) en Marruecos.

Justamente por eso no es posible concebir una verdadera obra de arquitectura sin, como dice el mismo Vacchini, “ejercer una crítica a las construcciones del pasado. No cabe pensar una forma si no es en la perspectiva de su metamorfosis. La cualidad de la nueva obra no depende de la novedad de su forma sino de la precisión y la exactitud del pensamiento crítico”. En esta dirección apunta el trabajo del profesor Andrés Erazo Barco de la Universidad de San Buenaventura en Cali, quien con Manuel Mendes de la Universidad de Porto y Antonio Armesto de la Universidad Politécnica de Cataluña, preparan una exposición al respecto de tradición y modernidad en Museo La Tertulia.

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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