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El Silenciario

Como ya se propuso en esta columna (27/12/2012) es imperativo que Cali sea una ciudad animada pero silenciosa, es decir que los lugares necesariamente ruidosos tengan suficiente aislamiento acústico para no perturbar a los vecinos, pero sobre todo que la gente aprenda a ser alegre sin hacerle tanta bulla ni por tanto tiempo a los otros.

23 de noviembre de 2017 Por: Benjamin Barney Caldas

Este personaje era un cortesano de la corte imperial bizantina responsable del orden y el silencio en el palacio, del que habla Juan Esteban Constain (El Tiempo, 19/10/2017), y cómo hace de falta su émulo en esta ciudad tan ruidosa. En la antigua Roma, existían normas para controlar el ruido emitido por las ruedas de hierro de los vagones, y en algunas ciudades de Europa medieval no se permitía usar carruajes ni cabalgar durante la noche (OMS, Guías para el ruido urbano, 1999). Y por supuesto los problemas de ruido del pasado no se comparan con los del tránsito automotor de las ciudades modernas.

Como dicen los profesores Miriam German-González y Arturo Santillán de la Universidad Autónoma de México, el ruido afecta a las personas física y psicológicamente, constituyendo un tema ambiental de investigación prioritaria, considerando el número de personas afectadas (https://revistas.unal.edu.co/index.php/bitacora/article-/view/18710).

Además, con el agravante de que ni siquiera se dan cuenta de sus implicaciones; y como ya se dijo en esta columna hace casi veinte años, el ruido en Cali es estresante.

No ha cambiado el semáforo cuando ya los de atrás pitan, los frenos de aire de buses y camiones son ruidosos, las sirenas de las ambulancias son casi que permanentes y las motos asustan con el estruendo de sus escapes de los cuales se han retirado los silenciadores (24/08/1998).

Y, como si hiciera falta, por la noche suena el ruido ajeno de los vecinos que ponen su música a todo volumen hasta la madrugada y no dejan dormir en paz, y que fatal mentira que se lo confunda con la alegría y que genere más corrupción pues suelen tratar de darles mermelada a los encargados de controlarlo.

Lo peor de esta ciudad de ciegos es su ruido que terminará por dejarnos también sordos si seguimos mudos, como ya se dijo en esta columna, (23/04/2009). Ruido que las autoridades no oyen como si estuvieran de paseo, y que seguramente ignoran que en el poema mesopotámico de Gilgamesh (S. XVIII a.C.) se cuenta que el dios Enlil, molesto con la humanidad por ruidosa, manda el diluvio para destruirla, lo que les debería recordar al menos que el jarillón del Cauca se puede romper y no podrán culpar al dios Enlil, el dios del clima, por más ruido que hagan sobre que sí se está haciendo algo.

Como ya se propuso en esta columna (27/12/2012) es imperativo que Cali sea una ciudad animada pero silenciosa, es decir que los lugares necesariamente ruidosos tengan suficiente aislamiento acústico para no perturbar a los vecinos, pero sobre todo que la gente aprenda a ser alegre sin hacerle tanta bulla ni por tanto tiempo a los otros. Pero igual urge un Silenciario que multe a los que pitan continuamente para todo, y un Dagma de verdad que se ocupe efectivamente de un problema ambiental creciente al cual se le ha prestado poca atención en los países en vías de desarrollo.

Escribe Juan Esteban Constain, con toda la razón, que el ruido acaba con el silencio sin añadir nada digno o más hermoso. Pero controlarlo con vegetación sí que lo haría y de ahí que los arquitectos paisajistas tengan mucho que aportar: andenes y parques bien arborizados, antejardines frondosos, recuperar las bellas alamedas que tuvo la ciudad, sacrificadas innecesariamente al carro particular, e indicar cuales son las especies más apropiadas para sembrar, como lo ha advertido el arquitecto Carlos Botero (Parábola del higuerón,Caliescribe.com 14/10/2017).

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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