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‘El orden subyacente en el corazón de la ciencia’, como subtitula Peter Waston su reciente libro, 2017, es algo en general desconocido y lo mismo sus consecuencias, ya que, como él concluye, “el fundamento último de la realidad [es] matemático”.

21 de junio de 2017 Por: Benjamin Barney Caldas

‘El orden subyacente en el corazón de la ciencia’, como subtitula Peter Waston su reciente libro, 2017, es algo en general desconocido y lo mismo sus consecuencias, ya que, como él concluye, “el fundamento último de la realidad [es] matemático” (p. 411). Y ya se sabe que la matemática es la ciencia del tiempo y el espacio en un único continuo, tal como lo es el universo… o una sencilla casa que por lo mismo no es tan simple, error en el que caen tantos promotores inmobiliarios y lo mismo los malos clientes. Para Stephen Wolfram (1959) conocido por su trabajo en las ciencias de la computación, matemáticas y en física teórica: “Unas pocas reglas simples pueden conducir tanto a una gran complejidad como a un orden […] que son las dos caras de la misma moneda” (P. 404).

Como dice Edward O. Wilson, el famoso biólogo (1929): “El arte imita, intensifica y ‘geometriza’, en bien de la claridad [y se] mantiene fiel a las antiguas normas fundamentales hereditarias que definen la estética humana [pues] lo que engendró las artes fue la necesidad de imponer orden sobre la confusión causada por la inteligencia”. (pp. 440 y 441)”, y de ahí la confusión actual, en sentido contrario, que denuncia Avelina Lésper en El fraude del arte contemporáneo, 2015. Eso de que el ‘significado’ prevalece sobre la obra; la enorme distancia entre las propuestas y las obras, el problema ético de la copia, y la supuesta protesta de las mujeres artistas (ver columna ¿Ciudad?, El País, Cali 29/01/2016).

Es la ignorancia de los que creen en supuestas ‘originalidades’ ya que, según lo ha podido comprobar Stephen Wolfram (1959), conocido por su trabajo en las ciencias de la computación, matemáticas y en física teórica: “unas pocas reglas simples pueden conducir tanto a una gran complejidad como a un orden […] que son las dos caras de la misma moneda” (p. 404); lo que es fácilmente comprobable en la historia de la arquitectura. No en vano la influencia de las matemáticas en las prácticas artísticas es igualmente verificable, por ejemplo el arte abstracto y las matemáticas modernas estudiada por lynn Gamwell (1943) y hay otros ejemplos más (p. 449).

Por eso es que la respuesta a la famosa pregunta de Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), de por qué hay algo en lugar de nada, habría que contestar qué si no hay algo no se podría preguntar nada; algo como sí puede existir una “biología de la belleza” (p. 441) ¿Interesante no? Y, en este sentido, y como encontró el economista Richard Thaler (1945), “los profesores consiguen mejores resultados [con] sus alumnos si reciben una bonificación al principio […] de la cual se les va descontando si no cumplen con las metas acordadas” (p. 382) ¿Puramente cultural o también biológico?

El caso es que, en general en Colombia y en particular en Cali, los distintos saberes profesionales no convergen, cada cual se considera ‘experto’ en lo ‘suyo’ y de ahí que no haya verdaderos planes de desarrollo ni para la regiones ni para las ciudades ni para sus sectores. Al punto de que la pregunta de Leibniz aquí se puede formular al revés: por qué no hay nada en lugar de algo. Es lo que ha unido a un grupo de profesionales de la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali, la Sociedad Colombiana de Arquitectos filial del Valle, y profesores de las tres escuelas de arquitectura de la ciudad, con el fin de realizar un marco interdisciplinario para un plan a largo plazo para el valle del río Cauca.

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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