Contra Robdia
Resultó que las máquinas no podían ofrecer un sustituto adecuado a la conexión humana ni darnos lo que necesitábamos para seguir adelante.
El libro de Kevin Roose, ‘Future proof’, 2021, es un buen complemento de los de Andrés Oppenheimer, ‘¡Sálvese quien pueda!’, 2018; Julia Ebner, ‘La vida secreta de los extremistas’, 2020; y Marta García Aller, ‘Lo imprevisible’, 2020; mencionados en una columna anterior sobre la amenaza de la robotización, la Big Data y la (mal) llamada inteligencia artificial (La Robdia, 09/09/2021) y hay que agregar el de Miguel Catalán, ‘Antropología de la mentira’, 2014. Rosse propone 9 reglas para los humanos en la era de la automatización, y recuerda que ya Adam Smith en La riqueza de las naciones, 1776, afirmó que la automatización los estaba volviendo “estúpidos e ignorantes” (p. 129).
Las tres primeras reglas lo son en relación a las máquinas: 1) ser sorprendente, sociable y excepcional (como no lo puede ser ninguna máquina ni un ignorante y aún menos un estúpido); 2) resistirse al embate de las máquinas (no dejarse dominar por ellas sino lograr lo contrario, que ayuden a solucionar pronto la amenaza del cambio climático, a parar la tala de selvas y bosques, y la acelerada merma de la biodiversidad, a gestionar la sobrepoblación, y a dificultar un accidente o una guerra atómica); y 3) hacer a un lado los dispositivos (al menos apagar la Tv si no se la está viendo o el teléfono celular en la mesa, en la cama y obligatoriamente mientras se conduce un carro).
Las tres siguientes tienen que ver con las actividades sociales: 4) dejar huella (ya sea por los aportes a la política, la economía, la sociedad, la cultura o la ciudad, o, mejor aún, entre los amigos mujeres u hombres, la familia y en primerísimo lugar en los hijos cuando se tienen); 5) no ser un punto únicamente de conexión (es decir, ser sólo un empalme anodino entre otras personas o niveles de trabajo); 6) tratar la inteligencia artificial como a un ejército de chimpancés (entender que la IA no razona igual que el homo sapiens, que apenas repite, pero muy rápidamente, las instrucciones que se le han dado a partir de un algoritmo producido por una persona inteligente y que sí razona).
Las últimas reglas son tres sugerencias: 7) construir redes grandes y pequeñas (tanto de trabajo, gremiales y profesionales, como sociales: comidas, reuniones, fiestas; y especialmente culturales: lecturas, viajes, museos); 8) aprender humanidades para la era de las máquinas (como dijo Paul Daugherty “Estamos capacitando a la gente para que haga cosas de máquinas […]. Deberíamos estar[la] capacitando para su potencial exclusivamente humano”, (citado por Roose, p. 191); 9) armar a los rebeldes: “Sumarnos al diálogo, conocer los detalles de las estructuras de poder que están moldeando la adopción de la tecnología e inclinarlas hacia un futuro mejor y más justo” (p. 208).
Como escribe Roose: “La gente que había estado satisfecha con las interacciones virtuales durante los primeros meses de la pandemia se saltaba las normas de distanciamiento social [la traducción correcta sería: distanciamiento físico] para poder ir a comer a restaurantes, tomar una copa o asistir a conciertos o servicios religiosos con sus amigos.
Resultó que las máquinas no podían ofrecer un sustituto adecuado a la conexión humana ni darnos lo que necesitábamos para seguir adelante.
Y puede que nunca lo logren” (p. 23). Es lo que sucede con los que insisten en ‘participar’ en reuniones de trabajo detrás de una letra o de una fotografía que eliminan el lenguaje corporal.
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